Abran juego
En Carrizo, al lado de la fuente de la plaza, hay un tablón de anuncios. Siempre que paro a coger agua, aprovecho para echar un vistazo a las novedades mientras se van llenando las garrafas. Ahora, cuando ya va mediando el mes de agosto y se agita el parnaso festivo, se multiplican sobre el corcho los carteles coloridos. Son anuncios de los programas de fiestas de muchos de los pueblos que se posan junto al Órbigo y las comarcas vecinas. Estoy seguro de que no se hace muy difícil imaginar lo que alumbrará por allí los próximos días. Sobre los chopos y los campanarios, brillarán las luces de las orquestas, bailará la gente al ritmo de alguna disco móvil o se agitarán entre estertores las torres de esos castillos hinchables que toman los niños, medio locos, por asalto.
De las fiestas de la Bañeza me sorprende una partida de chapas. Caramba, yo pensaba que estos eventos solo se daban en Semana Santa. Una búsqueda rápida en el móvil me descubre que hay excepciones, y que la autoridad también levanta el veto para algunas de estas fiestas patronales.
Las partidas de chapas, ese juego de azar tan tradicional por esta tierra. Recuerdo casi con miedo las imágenes que me pintaban de niño. Rodeados de humo y protegidos por la noche, un montón de hombres se jugaba su patrimonio. Una hidra salvaje los abducía mientras en sus casas sus hijos, acostados en la cama, no sospechaban que quizás, a la mañana siguiente, hubiera perdido su padre alguna finca o su misma casa. Incluso mi abuela Catalina me decía muy seria que, en aquellos corros donde se jugaba la suerte tirando al alto dos monedas antiguas, alguno de aquellos hombres había perdido a su propia mujer.
Eran exageraciones, seguramente, pero lo que a mí me quedaba muy claro es que aquello del juego podía acabar con la ruina de familias enteras. Así lo he pensado muchas veces cuando veo abrirse algunos de esos locales de azar y apuestas que ahora proliferan por todas partes, muchas veces en los barrios más pobres, allí donde se ceban el paro y la diáspora. Y es que allí se juega con la necesidad y la desesperanza de muchos, y se rompen, poco a poco, los lazos que los unen, no solo a sus familias sino al resto de la sociedad mientras se agarran como zombies a las palancas ingratas del azar.
Y así lo pienso ahora, cuando veo una noticia de hace tan solo unos días, esa que nos cuesta que el gobierno de esta comunidad de Castilla y León, formado por PP y Vox, ha aprobado treinta y seis nuevas licencias para casas de juegos y apuestas. Otro anuncio, como los del tablón de corcho que tengo delante, que anuncia una fiesta, pero una fiesta que disfrutarán, en este caso, tan solo unos pocos: una fiesta de la ganancia fácil y la atomización de la sociedad civil. Una fiesta muy distinta de esas que se anuncian frente a mí mientras se me van llenando las garrafas.