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Todos conocemos a personas que se dedican a tareas asombrosas. ¿Puede haber una que lo sea más que medir la felicidad? Mi amigo Víctor Raúl López, catedrático de Econometría, en la Universidad de Castilla La Mancha, coordina la realización de una encuesta nacional acerca de la felicidad de los españoles. Comparado con esto, ser probador de guindillas gigantes o traductor de lenguas marcianas es de lo más normalito. Hemos conversado por teléfono, y me cuenta que hasta septiembre no tendrán listos los resultados, relativos al año pasado; me adelanta que ha crecido entre los jóvenes la preocupación por la estabilidad profesional. Le dije que, desde que el mundo es mundo, las preocupaciones restan felicidad, pero no la destruyen del todo si están compensadas por el amor y otros milagros. Cervantes, cuya vida nunca fue fácil, tres años antes de morir se autodescribió de «de alegres ojos». ¿No es asombroso? Pero sin ellos no hubiese podido darnos el Quijote . Otra cuestión, y no secundaria, es el misterio del dolor. López, prestigioso divulgador científico, coordina actividades cervantinas en su Quero, y cree que es el lugar del que Cervantes no quiso acordarse. Ni entro ni salgo en tal misterio, que luego me mantean en El Toboso o en Mota del Cuervo. Ah, la felicidad. Un año antes de enfermar, mi madre me hizo una confesión: «Soy muy feliz». Minutos después nos hicimos una fotografía que contemplo a menudo, y sí ahí estaba la felicidad en su rostro, y por contagio también el en mío, pese a alguna que uno tenía alguna que otra preocupación.

Nada le gustaría más a mi amigo y a su equipo que anunciarnos: «¡¡Todos los españoles somos felices!!». Pero va a ser que no, pues su dictamen es sobre datos. Quizá el año que viene o en otro siglo, tal vez en un universo paralelo. No soy pesimista, pero en este mundo de preocupaciones me alegra tener el amor cerca, y amigos a quienes llamar. Casi todo lo demás es negociable.

Le recomendé la lectura de Mortadelo de La Mancha, pues el buen humor de nuestra infancia aún puede proporcionarnos un rato de vieja y sana felicidad, incluso en este mundo de preocupaciones. Y mientras lo hablábamos, ya lo estaba localizando. Feliz recuento de datos, amigo.