Por la señal de la santa urz
No hay tiempo para el lamento en estos lugares con las puertas de casa en la misma orientación que las piqueras; ni se hacen debates públicos sobre el sentido de la vida ni la condición humana del tropiezo, si acertará la UPL con volver a sacar brillo a la misma piedra del PSOE, o será más productivo y producente meterle más helio al globo del PP, alentar la disidencia de Almanza antes de que se haga viral el video del winterpueblos de los últimos días de 2019, con aquel extraordinario castellano, el que no bote; o mejor, si abrazar a los que alientan la secesión de la provincia; los montes que las urces hacen tejados a cuatro aguas, y guarecen de la lluvia y la ventisca, y llevan a anécdota la nieve en enero y la siesta de agosto; allá donde hay urces se riega la paciencia, con el tiempo que se toman las manzanas reineta para hacerse las maduras después de caer del árbol, el ir y volver de los vencejos; las urces son el paraíso estival de las abejas, hasta de esas que estabulan en camiones y sueltan en mitad del monte como a bancos de peces en el océano en busca de Nemo; la flor de los confites de la urz hace eterna la fiesta del corpus, cuando no queda otra posibilidad de libar al sur del cuadrante noroeste; es la urz o morir. La urz, que es brezo libre y frondoso, y es brecina que alfombra el suelo que los colonos creían estéril y ácido, para darle posibilidades cromáticas a la miel, cuando la miel se deja coger con cuchara y lamer en el dedo. Os han contado cosas tan horribles de los lugares con urces que ahora quieren enterrar bajo palas eólicas, molinos de viento y campos de espejos para dar pábulo al ansia y la voracidad de tía Úrsula y su ejército de funcionarios paquidermos, que la versión real parece pejiguera. Y no. La urz cubre ese escenario infinito de León que amamos y luego despoblamos; la urz atempera los efectos del acoso, como un regulador de revoluciones, en contraposición a esa parte leonesa que rebaja de temperatura la conexión del hidrante, mientras el maíz deja atardeceres de memorias de África, de Villadangos a Benavides, por ejemplo. La urz ahorra en ceremoniales. Es primitiva. Como la mirada al paisaje y al entorno para recibir órdenes de los antepasados, que aclaró Miguel Torga.