Diario de León

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En verano, leo y escribo. «Hombre, Aguirre, no sea modesto con su forma física, también hará sus buenos 50 kilometrines diarios en bicicleta», me dirá el lector con el día ingeniosillo. Ni hablar. El chándal ni está en mi ropero, ni se le espera. Antes me pongo sombrero de copa y levita, en esta canícula caníbal. Jamás este esqueleto mío portará tal prenda, antes una hoja de parra. «Corpo di Bacco, avise… para dar un rodeo por la otra calle», habrá exclamado mi lectora recatada. Vale, lo cazo. Lo importante es cuidarse, y me cuido como si fuese porcelana veneciana. A mi manera, que diría Sinatra. No desayuno mollejas, ni echo orujo al zumo. Mientras escribo esta columna ejercito los dedos en el teclado y mi cerebro echa humo. También doy paseos, pero sin taquicardias. Hoy me he cruzado con un conocido que hacía footing y chorreaba como las cataratas del Niágara. Agotarse así no puede ser sano. «Vale, pero no me dirá que un buen salto de paracaídas de vez en cuando…», me dirán. Que salten los canguros, o la pequeña langosta de la canción. O Jackie Chan. Ya saltan bastante los precios. Soy un animal doméstico. Conmigo nunca coincidirán en un submarino o en un safari, ni siquiera en un museo de animales disecados. Mi idea del peligro es comer pimientos de Padrón, que unos pican y otros no. «Pues Tom Cruise rueda él mismo sus escenas de acción…», apostillarán. Sí, y gracias a eso su doble llegará a viejo.

Soy del Real Madrid, de la Cultural y me gustan las de ninjas, ¿les parece poco ejercicio? Sí, este verano, leo y escribo. Lo mismo que en primavera, otoño e invierno, pero aún más rato. Casi zen.

Mi mujer quiere que cuando me jubile nos apuntemos a un grupo de turismo para mayores, que bucean para ver tiburones blancos en su hábitat. Desde que me lo dijo estoy ensayando cómo fingir un calambre. Cree si escribo mis memorias, a las que ya les ha puesto título «Lo no he contado en mis más de 30.000 columnas», sacaremos dinero para lo de los escualos. No es mal título el suyo, aunque no iguala al que Enrique Menéndez Pelayo (1861,1921), médico, político y escritor (teatro, poesía, narrativa, ensayo), puso a las suyas: Memorias de uno al que nunca le ocurrió nada. Y sin chándal, eso seguro.

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