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Encontrarse a Poseidón en un lavadero, tridente en mano, a las afueras de un pueblo minero, es una señal de buen gusto.

Pasear por ese pueblo, Quintana de Fuseros, y descubrir que la Piedad de Miguel Ángel cuelga de la fachada de la iglesia parroquial; que el David de Miguel Ángel ocupa un lugar de privilegio en la galería de madera de una casa abandonada; que Teseo pelea con el minotauro en otra; y que la Venus de Milo, diosa del amor (los griegos la llamaban Afrodita, como los romanos Neptuno a Poseidón), aguarda en una esquina la llegada de algún amante del arte clásico es la prueba de que algo se mueve en ese lugar del Bierzo Alto.

Ocurre cada verano. Vecinos del pueblo animados por el pintor aficionado Esteban Álvarez, imprimen grandes fotografías de esculturas de la antigüedad clásica, del Renacimiento, y del siglo XIX para que a los niños y las niñas del pueblo les suenen sus formas de mármol cuando viajen y las contemplen. Deberán, por supuesto, viajar a Italia, sobre todo, detenerse en Roma y en la Ciudad del Vaticano. O pisar algún museo en París.

Mientras tanto, también para los mayores que se sientan en la terraza del bar del pueblo —un bar nuevo en la plaza— el dios del vino, el omnipresente Baco, observa a los bebedores desde la fachada del edificio vecino; una casa reformada que hace décadas también rescató un arco de medio punto del siglo XVIII de una de las viviendas que iba a anegar el embalse de Bárcena.

Mientras esos niños y esas niñas crecen y tienen la posibilidad de viajar se pueden encontrar a Perseo decapitando a Medusa, o al Pensador de Rodin sobre una fachada de piedra. El Pensador gustó mucho, me dicen, a la chavalería de Igüeña, que hace unos años se llevó la lámina de una de las fachadas del pueblo y la colocó sobre el puente del río Boeza antes de que la reproducción desapareciera para siempre. Pero los vecinos de Quintana no tardaron en reponerla.

Me cuentan que hace un tiempo, una pareja llegó a Quintana de Fuseros y ella le dijo a él; «Pues no veo nada de especial en este pueblo». Y él le respondió: «¿Y qué esperabas, ver al David de Miguel Ángel?»

Imagínense a quién se encontraron al doblar la esquina. Y disfruten con su cara de sorpresa.