Del viejo y el nuevo cine
Una de las cosas que más se ha democratizado es la novela. La mayoría de lo que existe es literatura de consumo, historias o poemas de amplio espectro, igual de accesibles al filósofo que a la portera, a la ministra que al tendero. Algo semejante sucede con el cine, habiendo perdido Europa el podio del cine de culto a favor de países vagamente orientales. Que aquellas películas o aquellas ficciones escritas fueran, por lo general, aburridísimas, no tiene nada que ver: la novela y el cine nacidos como espectáculo se especializaron como productos de la alta cultura, como trasmisores de valores, con su plus de contenido y mensaje. Cuántos escritores comprendían cabalmente lo que habían querido expresar en la reseña que un sagaz filólogo universitario publicaba en una revista literaria, los cine-fórums qué eran sino tertulias de interpretación de aquellas enmarañadas historias que quizá no las entendía ni su mismo director. Aunque uno vistiera como un hippie, era posible tener la sensación de ir bien vestido habiendo contemplado una película de ampuloso cine inglés. Yo recuerdo salirme a mitad de proyección de la infumable Barry Lyndon y sentirme la mar de orgulloso por haber sido capaz de soportar las dos primeras horas. Caminaba por la calle con tanta apostura como si fuera el conde de Windsor.
Siempre se dijo que básicamente había dos tipos de películas: «las que empezaban con un muerto y las que acababan con un muerto». Mayor mortalidad ya era una superproducción o un western. El viejo cine era comedido en cadáveres y el nuevo cine tiene el morbo de la muerte por bandera. Si son espectaculares, miel sobre hojuelas, pero lo importante es la cantidad. La moda de vestir de negro igual viene de un luto y respeto subconsciente por los abundantes difuntos de las películas. El cine de consumo parece haber encontrado ahí un filón inagotable. Es al menos curioso, porque la sociedad actual acaso sea la que menor contacto directo tiene con la muerte real en la historia de la humanidad.
Con los subgéneros convertidos en géneros y los efectos especiales como la única opción capaz de salvar unas pobres historias, quizá porque los grandes guionistas se han pasado a las series, donde todavía se encuentran aromas del viejo cine, realizado con ingenio y talento para la vida, el cine de ahora languidece lentamente. No es algo que no le haya ocurrido antes. Revivirá.