Aquellas tiendas que son salvavidas
Todavía quedan románticos que mantienen la ilusión, las ganas (y las pelotas) de abrir las puertas de su tienda a diario en uno de esos pueblos que salpican esta provincia. Son pocos, pero existen. Y menos mal. Son la huella que queda de aquellos tiempos en los que comprar era otra cosa. Nada parecido a coger un carro y tirarse un tiempo poco prudencial comprando y dejándose avasallar por todo tipo de herramientas de márketing que te llevan a llevarte justamente lo que tienen planeado para ti y lo que no necesitas, aunque no lo sepas. Porque entrar en el súper es ya algo muy parecido a subirte en uno de esos artilugios que te embarcan en un viaje en 3D o lo que sea que haya ahora.
Lo de aquellas tiendas de los pueblos era otra cosa. El Spar que ahora lo pueden llamar ‘express’ si quieren, pero que abarcaba un concepto mucho más lento del que nos quieren vender. Que no todo tiene que ir tan rápido.
Comprar en aquellos establecimientos era una experiencia en sí misma. Más aún cuando lo ves con la perspectiva que te da el paso del tiempo y recuerdas aquel olor.
Eran, y siguen siendo, auténticos salvavidas. Allí entrabas y resolvías en un plis-plas porque no había casi nada que no fuese necesario. Y, además, te salvaban el pellejo cuando necesitabas con urgencia unas zapatillas de camping para no perderte el plan de ir al río esa misma tarde. Daba igual que quisieras mortadela, una bombilla, un trozo de manguera para regar o una tableta de chocolate y una bolsa de pipas porque había un poco de todo. Y si no tenías dinero en ese momento, pues te lo apuntaban en la cuenta porque allí todo el mundo se conocía y sabía dónde vivías, así que no había riesgo aunque no se pudiese pagar con tarjeta ni hacer un bizum.
Todavía quedan algunas tiendas de aquellas, más modernas, con distinta esencia, pero con el mismo servicio. Y son la suerte de los pueblos que lo pueden contar. Puede parecer algo de otra época pero resuelven la vida actual de los vecinos que todavía quedan. Es el comercio rural que resiste a la despoblación, que hace bien ahí donde está y que sigue peleando para salir adelante con una labor tan imprescindible como necesaria para dejar atrás, aunque sea un poco, la agonía.