De nuevo, justo a tiempo
Después de casi cuatro décadas escribiendo columnas lo difícil no es encontrar temas nuevos, sino ser justo en lo que escribes. Los años te hacen ver las trampas que pueden encerrar una opinión rotunda, incluidas las tuyas. España se ha convertido en un país de jueces sin toga, por todas partes se emiten sentencias condenatorias, sobre esto y aquello, confundiendo opinión personal con criterio. Pero ser juez, condenar o exculpar, es una de los cometidos más responsables que puedan ejercerse y hay que haber estudiado mucho antes. Qué enorme responsabilidad tendrá Dios en el juicio final, y eso que Él no necesita leerse los expedientes. «¡Pero mi vecino de 9º también puede librarse del infierno! ¿ni siquiera pasará unos siglines de suplicios en el purgatorio?», clama indignado alguno. Lo ignoro, pero si sabes es más fácil ser justo. ¿Y dónde aprender todo aquello que realmente necesitamos para serlo? También lo ignoro. Quizá, recordando un viejo consejo olvidado o un ejemplo paterno. Lo que nos salva siempre llega justo a tiempo.
El gran actor leonés Carmelo Gómez, volcado en el teatro y alejado del cine, ha declarado: «Estoy aprendiendo a vivir con una edad distinta y otra forma de ser», en relación al personaje que interpreta ‘La guerra de nuestros antepasados’, adaptación al teatro de un texto narrativo de Delibes. Y siendo justos, también nosotros podemos aplicarnos la sentencia. Aprendemos a vivir con realidades que no eran las que esperábamos. Pero en esto de vivir, si suspendes mueres. Cada día, un examen. ¡Ah, pero esto entraba!, protestas. Sí, pero el día que lo explicaron no estabas atendiendo.
En la Comunidad de Madrid, un niño de 10 años sobrevivió ocho horas agarrado a la rama de un árbol, en medio de la última riada. Al ser salvado el pequeño dijo: «Gracias, gracias, gracias». Qué bella triada de gratitud. Pero no era solo un agradecimiento formal, sino justicia. El padre fue engullido por el agua. La madre, pese al dolor por esta muerte, ha escrito una bellísima carta pública de agradecimiento «a los ángeles guardianes que oísteis mis gritos». Llegaron justo a tiempo, como el amor en nuestra vida, cuando más se le necesita. Siempre justo a tiempo, como un milagro.