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En el calentón de la Diada, a los dirigentes de Junts y ERC solo les faltó pedir la parte de la luna que correspondería a una Cataluña independiente. Tanto se les fue de las manos que hasta Aragonés tuvo que recular y reconocer que sin el reconocimiento internacional la independencia no sirve de nada.

En Ferraz, aunque sabían que se iba a producir esta competición de independentismo irredento, empezaron a verle las orejas al lobo, y en la última Ejecutiva, a la que no Sanchez asistió por Covid, se habló, por primera vez, de una posible repetición electoral.

Lo que cada vez parece más claro es que no habrá Ley de amnistía antes de la investidura de Sánchez. Algo de tan dudosa constitucionalidad no puede, además, hacerse saltando plazos y controles. No solo en Ferraz, sino también en Moncloa, crece el desasosiego ante el rechazo de la ciudadanía al chantaje independentista.

Sin embargo, lejos de preocuparles, les ha venido bien la salida extemporánea de José María Aznar, convocando una movilización social, al grito de «basta ya», emblema de la lucha contra ETA. Esta exaltación de patriotismo, que solo moviliza a la derecha extrema, sirve para que el PSOE desvíe la atención y le acuse de golpismo. Todos exaltados.

La ministra de Hacienda y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero, menospreció las críticas de ex dirigentes del partido, señal de que preocupan, alegando que en el partido de Pedro Sánchez el que se mueve si sale en la foto.

Habría que preguntarle si en la dirección de Ferraz, ella que asiste a las reuniones, alguien se atreve a llevarle la contraria al líder. Y donde está ahora Susana Díaz.

También suscita dudas el abandono de su escaño y la política de la hasta ayer presidenta del Congreso, Meritxell Batet. Destacada dirigente del PSC, sustituida en la presidencia de la Camara por Francina Armengol, para agradar a Puigdemont y Junqueras. El pasado dieciséis de agosto escribía, tras recoger su acta de diputada: «con la ilusión de comenzar una nueva legislatura, ejercer la representación de los ciudadanos es el mayor honor en democracia».

Como ni ella ni ningún compañero han explicado las razones de su pérdida de ilusión, cabe preguntarse si será que a ella no le gusta una Ley de Amnistía que, en sus tiempos de presidenta del Congreso de los Diputados, se negó a tramitar.

Por la escasa asistencia a la marcha de la Diada en Barcelona, no parece que los catalanes estén por seguir las exaltadas reclamaciones de sus dirigentes políticos. Si a eso se le suma el apoyo a la Constitución del resto del Estado no queda otra que preguntarse: ¿A qué están jugando?