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Tengo un amigo a quien le gusta que en la columna cuente mis encuentros en la calle con lectores. Tampoco es que tenga tantos, caramba. Aquí va el de ayer, para él hasta Santa Barbara, en California, y en León para ustedes. Paseaba con mi mujer, por un barrio alegado alejado del nuestro, cuando un matrimonio algo mayor que nosotros nos detuvo sonrientes. Él: «¿Me recuerdas?» Respondí: «Sí, el año pasado me preguntaste en un supermercado cómo podía ser del Madrid, pues en otro periódico ya me habrían echado por serlo». Los lectores nunca me paran para obsequiarme jamones, pero me aportan especias para la columna. Se preocupan por mi dieta. «Tuve el quiosco de prensa en San Marcelo», nos explicó. Entonces fue cuando hizo la pregunta a Marta: «¿Y cómo tú siendo culé acabaste con un madridista?». Ella lo explicó a lo minimalista, con arqueo de ceja y una sonrisa. Ah, el amor, siempre guarda ases en la manga. Aporté mi explicación «Me lo ocultó en el noviazgo. Luego, ya en el viaje de novios me dijo que tenía que hacerme una confesión, y cuando creí que iba a contarme que era hija de un multimillonario me desveló su verdad futbolera». Y les rematé mi historia con una licencia gimnástica: «Hubiese saltado por el balcón, pero el hotel estaba en un cuarto». Ella, la amable lectora, intervino: «Este hizo igual. Cuando éramos novios no decía tacos, pero ya casados a alguien se le cayó un paquete y empezó a soltarlos de los gordos». Ah, el amor siempre con unos ases en la manga. Pero sin trampas,

Si el tema lo permite, me gusta escribir con una sonrisa. Nunca he creído que el infierno sea más inspirador que el cielo. Pero cada vez más a menudo me pregunto si este punto de partida aún tiene sentido en un valle de lágrimas. A veces, los ojos se te humedecen y no siempre es culpa del lagrimal. Entonces, sales a pasear y a veces la vida te regala un as de su manga.

No recuerdo si en el noviazgo dije muchos tacos, ahora rara vez los suelto. Ayer por la noche, en la oscuridad del dormitorio, se me escapó uno y un largo ¡¡ayyyy!!. Mi mujer me preguntó alarmada: ¿Qué pasa?». Contesté: «Acabas de darme un puñetazo en la nariz». Ah, el buen tahúr, siempre con sus ases en la manga. Pero sin trampas.