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Enorme polémica, una más en el vacío, acerca de si la entrevista de Jordi Evole a ‘Josu Ternera’, un etarra sanguinario que, al menos para mí, es una incógnita histórica, debería o no ser emitida en el Festival de San Sebastián o, es más, si debería emitirse en absoluto.

¿Se blanquea con este trabajo a un terrorista? No lo puedo decir, puesto que aún no he visto el reportaje —otros hablan de oídas—, pero, si usted me lo permite, me gustaría expresar mi posición a priori: yo sí entrevistaría, si tuviese oportunidad, a una figura que me repugna, sí, pero que me llena de curiosidad por su peculiar, inexplicada, trayectoria. Y apañados estaríamos los periodistas si solo entrevistásemos —algunos lo hacen— a quienes suscitan nuestra admiración, nuestro aplauso o nuestro acuerdo.

Me intriga la figura de Urrutikoetxea, Josu Ternera, desde que alguien me informó, estando él huido, de que estaba perfectamente localizado, y que se le dejaba libertad de movimientos porque participaba directamente en el proceso negociador con el Gobierno de Zapatero. Sobre ‘Josu Ternera’ pesaban graves acusaciones y sentencias por su actividad criminal. Así que, en cuanto tuve la oportunidad de toparme con Zapatero, entonces presidente del Gobierno, se lo pregunté:

—Presidente ¿es verdad que tenéis localizado a ‘Ternera’?

Zapatero no respondió sino con una leve e inequívoca inclinación de cabeza.

—¿Y es verdad que estamos ayudando a curarle?— se decía que el terrorista padecía una grave enfermedad, quizá terminal, lo que luego ha quedado en parte desmentido por los hechos.

Nueva inclinación de cabeza.

Luego empecé a hacer averiguaciones, desde mi posición claramente inclinada a la negociación con ETA, que entonces atacaba la mayor parte de los medios, de los jueces y de la sociedad, en especial, claro, la oposición del PP. Creo saber que, en aquellas difíciles negociaciones, con anécdotas pintorescas, ‘Ternera’ jugó un papel fundamental, lo que, claro, no le exime de sus crímenes, por los que todavía, encarcelado en Francia, espera una extradición.

Pero los periodistas no somos jueces, sino algo mucho más parecido a historiadores de lo cercano e inmediato. Yo quiero saber la verdad sobre la leyenda de Urrikoetxea, una persona que va más allá del etarra común, sanguinario y sin cerebro. Y quisiera escucharle contar lo que no he oído en la otra parte, que es la mía desde luego: hasta qué punto estuvo en una ‘libertad cautamente vigilada’, hasta qué punto aquellas negociaciones entre ETA y el Gobierno, de las que tan poco ha trascendido, sirvieron para que la banda del horror depusiese las armas y acabase, hace doce años, disolviéndose. Creo que Rubalcaba hubiese tenido mucho que narrar sobre todos aquellos episodios.

Así que, ya que no puedo entrevistarle —me da envidia Evole, la verdad—, al menos pienso ver el trabajo. Como tantos que hoy se hacen cruces porque se haya llevado a cabo este rodaje.