Sombras chinescas
Dice Carriedo que Castilla es la comunidad más grande de España o así y que tienen el propósito de cacarear la extensión territorial de esta su región para revelar que las necesidades de aquí son mayores que las de allende la meseta. Invoca así la gran justificación que hace cuarenta años se trazó para conjurar la desaparición de León en el magma de la nada, porque con CyL desaparecieron dos regiones y si no que se lo pregunten a los de Tierra Comunera.
El caso es que los privilegios son un hecho, pero no sólo en Cataluña. Que el País Vasco es el primer mundo del tercero que sufrimos en el oeste es tan verdad como que esta superestructura administrativa sufre de una acromegalia que le hace desaparecer a ojos de los demás. Ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, que es tanto como decir la perogrullada de que el poder se preocupa de sí mismo, como la generosidad.
Cada uno a su nivel olvida el derecho a la igualdad, o la equidad, que resulta más justa. ¿Cómo va a tener un paciente de Valladolid los mismos derechos que uno de Bilbao? Eso es tanto como preguntar si en alguna ocasión un enfermo oncológico del Bierzo disfrutará de la sanidad pública en iguales condiciones que otro de León. Porque sí, la brecha en la justicia distributiva también separa a ciudadanos dentro de la misma provincia.
Este juego de dar a uno y quitar a otros se estudia en primero de politiqueo, que es exactamente lo contrario de la política. Pedro Sánchez invoca el bien común para acabar con la igualdad de los españoles como antes todos sus antecesores. El juego consiste precisamente en eso: en jugar a malabares con las diferencias, sean de clase, de sexo o de territorio, para que las necesidades de unos se salden con el beneficio de otros. El truco está en que el relato nunca sea tan obvio como para que se vean las costuras del poder. No se engañen. Nada sirve de nada porque en este teatro chinesco a ninguno nos interesa que el fundido a negro demuestre que lo vemos no es más que una ilusión.