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Cómo dilapidar un capital político en cinco segundos. Para ser exactos, cómo empeñarse en incrementar el montón de la mierda frente al de los méritos en el debe y haber de una herencia política que debería dar para más. Cómo puede ser tan estúpido un hombre público con tanta relevancia y, para ser justos, también con un amplio historial de improperios y salidas de tono que alimentaron la leyenda de una lengua tan afilada como carente de mesura y sentido de la oportunidad.

Aún así, esta vez a Alfonso Guerra se le ha ido esa lengua de forma intolerable. Como se ha ido la de tantos y tantas incapaces no ya de tener respeto, sino de guardar inteligente silencio sobre la apariencia o el empeño de la vicepresidenta Yolanda Díaz en mantener la estética que le dé la real gana. El veterano político, que así de paso se hace publicidad extra sobre su nuevo libro (en el que seguro que hay más espinas de amargura que rosas ideológicas), se habrá dado el gustazo de intentar menospreciar a Díaz con un comentario simplón hasta el extremo, pero no le rentará de ninguna manera. Una persona de la talla intelectual que se le supone (o de la que al menos siempre ha presumido) ha de contar con muchas más herramientas y argumentos para censurar las intenciones y hechos de la vicepresidenta y sus formaciones políticas si así lo considera. Caer en lo ramplón, con la actitud amarga que siempre ha mostrado el otrora todopoderoso dirigente, no sólo es deleznable, sino que dibuja una imagen patética de quien no tiene por qué callar sus opiniones, porque siempre serán valiosas, pero no debe ceder a sus bajos instintos verbales, porque devalúan el conjunto de su mensaje.

Lamentable también, como desgraciadamente sigue ocurriendo como una rutina sin fin que no puede consentirse por más tiempo, el silencio de la bancada masculina en general. Reaccionan muchas mujeres, callan la mayoría de los varones, a los que tampoco se les pregunta por el despropósito de turno con mayor insistencia.

Yolanda Díaz ha contestado con el argumento que corresponde al tiempo que debe ser ya, por más descerebrados que se empeñen en poner palos en las ruedas de la lógica. Sólo cabe seguir aplicando el principio que enunció Angela Davis: no acepto las cosas que no puedo cambiar, cambio las cosas que no puedo aceptar. Sea.