Pitando por las escaleras
Nunca pensé que iba a escribir una columna sobre esto, pero todo llega. La Coordinadora para la Defensa del Sistema Público de Pensiones reclama que haya aseos públicos en las calles de León. Lo entiendo, no todo lo que sucede de ombligo para abajo tiene que ver con el sexo. A partir de cierta edad, quedas convertido en una inmobiliaria andante: entre pisito y pisito, un pisete. La cuestión es dónde. Pero tan justa reclamación, no se ciñe a la urología, también se pide un espacio donde echarse unas gotas, tomar una pastilla o colocarse el audífono. Lugares higiénicos, no garitas prehistóricas. Un día te miras al espejo y ves a un señor que se parece a tu abuelo, pero eres tú. Sigues siendo el mismo de siempre, pero ahora tu cuerpo tiene vida propia. De niño, regresaba a casa con tantas ganas de hacer pis que cuando mi madre me abría la puerta ya tenía el pito fuera, para ganar tiempo. Ahora, no procede, aunque las prisas han vuelto a ser las de antaño. Pero tengo mis trucos de resistente callejero: canto y así mis ganas espanto; eso sí, sin subirme a las farolas como hacía Gene Kelly. Por supuesto, la letra no puede incluir paraguas, grifo o Confederación Hidrográfica del Duero, pues la vejiga lo asocia. Ah, los años. ¿Alguien nos mintió sobre lo que conlleva la edad? No, simplemente, no prestamos suficiente atención a lo que sucedía a nuestro alrededor. Hemos vivido rodeado de ocasos, pero todo lo comprendemos a destiempo.
Ya en la sesentena te vuelves más tolerante con las debilidades ajenas. Admito que la lista de comportamientos ajenos insufribles se me ha reducido, aunque entre mis cien primeros siguen figurando la chulería política y la ignorancia que se jacta se serlo. Uff. Dicen que ya de centenario tu lista mengua mucho. Vale, mejor no me esperen de pie.
Atiéndase tan sensata petición, cada vez somos más los mayores que callejeamos. De crío subía pitando las escaleras, al grito gamberro de mi urgencia urinaria. Pero mi vida ha cambiado. El otro día leí en el lavabo de un AVE: «Antes de evacuar, levanten la tapa». Entre perplejo, risueño e indignado preferí aguantarme y cantar todo mi repertorio. Ah, la edad. Lector, viejo amigo, ¿te acuerdas de cuando éramos futuro?