Mal, muy mal, presidente
Alberto Núñez Feijóo merecía una réplica del presidente del Gobierno, y no de un telonero. El candidato y líder del PP presentó una propuesta quizá mejorable, pero seria y trabajada. Una alternativa que hubiera debido suscitar mayores ilusiones, pero alternativa al fin a lo que tenemos y a muchos no les gusta por muy diversos motivos.
Sánchez quiso escenificar su desprecio a lo que Feijóo ofrecía a la nación como recambio de lo que tiene y que no gusta a millones de españoles. ¿Para qué se reserva Sánchez, a qué quiere dedicar la media hora que el reglamento le concede? Creo que el debate lo perdió Sánchez por incomparecencia: esperábamos escuchar lo que el inquilino (en funciones) de La Moncloa tenía que decir. Nos dejó con las ganas.
Hubo ideas sin duda interesantes en el papel leído por Feijóo; algunas propuestas nacidas de la sinceridad y de la necesidad. Otras, sobre todo en el plano económico, que mostraban que no dominaba la materia. Me hubiese gustado escuchar a Sánchez a la hora de rebatir, puntualizar, completar. Me quedé con las ganas.
Porque Sánchez no lo hizo. Hay críticas que, como las que arrojan las hemerotecas (y los textos legales), Sánchez no puede fácilmente rebatir. Pero los ciudadanos tenemos derecho a un debate serio, que arroje luz sobre lo que el Gobierno piensa hacer para pervivir en la alfombra roja del poder. El presidente (en funciones) tiene, entre sus obligaciones, la de mostrar sus propuestas para la futura gobernación del país. En Sanidad, en Educación, en la territorialidad, en cada una de los seis pactos propuestas por Feijóo. Solamente tuvimos el parlamento de alguien que, sin menospreciar a nadie, desde luego, está en la segunda fila. Como Óscar Puente, perdón.
Todo mi respeto hacia Puente, el hombre al que Sánchez soltó para que respondiese al candidato a la investidura como presidente del Gobierno del Reino de España, que es cosa muy seria, ajena a politiquerías, a juegos de fuego de campamento; pero no era él el hombre para dar respuesta al hombre al que el Rey encargó presentarse a la investidura.
Las anomalías políticas en España son no pocas: que no haya diálogo entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, ni siquiera en un debate de investidura, parece ciertamente alejado de lo que deberían ser las costumbres democráticas. No tomaré partido sino por la elegancia democrática. Y Sánchez, este martes —supongo que corregirá este miércoles— no estuvo, por decirlo suavemente, elegante. Los españoles no merecemos esto en momentos de la gravedad política que vivimos.