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De encontrármelo en la mesa, no sé qué me enervaría más, si una de esas nanofabadas de los cocineros con estrella o la carne impresa en 3D que cualquier día de estos lo mismo llega a las paredes de un museo que a las bandejas del supermercado. Vivimos tiempos peligrosos en lo tocante a lo que nos llevamos a la boca y de allí al estómago, que es el motor del cuerpo, incluso sin alimentarnos en centros servidos por Serunión. Los gusanos en la sopa aún son una anomalía, pero hay gentes que ya están proponiendo muy en serio implementar nuestra dieta con cebos para peces, hormigas rojas, escarabajos y toda esa fauna terrestre y subterránea que habita los suelos sobre los que el otoño pudre sus oros viejos.

A este paso, las hamburguesas vegetales que se le ha metido entre ceja y ceja producir en cadena al dueño de Microsoft, el ahora filántropo y antes artista conocido como Bill Gates, será el menor de los problemas que tendremos los carnívoros ancestrales. Porque a toda esa patulea de insectos, las organizaciones internacionales incompetentes —todas sin excepción al servicio del capital—, las han catalogado como carne, cuando todo el mundo sabe que la carne, en su vida anterior a la del plato, se distingue por tener cuatro patas. El pollo, el pavo y todas esas aves descendientes de los dinosaurios, para un carnívoro estricto, están entre carne y pescado porque ponen huevos igual que los peces y se fecundan entre sí bastante chapuceramente, con un sexo que es visto y no visto y si te vi ya no me acuerdo. Sexo aviar, que no sé si hace avío, pero del que los conquistadores humanos de ambos sexos son muy partidarios debido a su ausencia de zarpazo poscoital.

En estos asuntos, casi siempre resulta lo mejor aplicar la lógica de las personas. Usted va dando un paseo con la boca abierta y la ventanilla bajada, le aterriza un mosquito en la lengua y, antes de considerar siquiera si viene en son de paz, lo escupe como el hueso de una aceituna, no se pone a degustarlo para ver si junto a la materia en descomposición que lleva rondando todo el santo día esa avecilla sin huesos se ha colado algún matiz floral o deja un retrogusto a resina de pino. Para eso ya tenemos los ambientadores. Los experimentos, como dijo el maestro, con gaseosa.