Diario de León

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Octubre ya no es mes para que los jabalíes dejen de fumar. Les esperan ratos de zozobra, ahora que se habían acostumbrado a echarse contra el sol de la mañana, y a la siesta del carnero que encumbra el gorrino, entre mogueras y urces, ambientados en ese momento relax que deja el runrún de mediodía, cuando ni molesta el silbido del águila ni el grajo grajea, ni los seteros acuden en masa a revolver el medio natural, que diría la administración más cercana, que no lo es, sin embargo, cuando de se trata de cerrar contratos para comprar los todo terreno con los que trata de acojonar a la parroquia. A veces hay que preguntarse de quién era propiedad el corzo que se cruzó hace un par de veranos en una carretera camino a la Cabrera y mandó al otro mundo a un motociclista, que iba a lo suyo y por su carril. Luego, se lee el breviario de la normativa que arman disfrazada de legislación cuando quieren decir decretos, y parece que el monte baja hasta las laderas de la Carrera de San Jerónimo, y los escaños del congreso de sujetan contra el hayedo de Yellowstone. Ahí, empieza el principio del fin. Que pasen los osos y calle la gente. Si ves un oso, llama a Valladolid, se lee entre líneas en la propaganda institucional disfrazada del next generation que llega a los oídos de la gente contra la que legislan los votados. Gobierno de España y los de los castilletes están en el mismo ajo para que calle el hombre y hocique el jabalí. Una noche de esas en las que la verbena maquillaba por encima de sus posibilidades al gepé ese, unos imbéciles de la España poblada que veraneaban en el pueblo de su abuelo, se toparon con un rebaño de suidos en medio del fin del mundo. Al ver pasar a la tribu, se creyeron en el derecho a acariciar a los cachorros; ay, qué monos, los cerditos rayados que entre la luz de cruce y la noche cerrada hacen como que es un teckel mini de pelo duro el que cruza la senda del burro que está en el catálogo de la red provincial de carreteras. Vamos a ahorrar el relato de las consecuencias de ese momento atrevido de echarle mano a la estirpe de una fiera que seguía los pasos de la saga, en busca de ese fruto tan apetecible del monte leonés que se llama bellota, en Extremadura. Amigo furiato, si ves un oso, llama a Valladolid. Si es jabalí, ponte en paz con Dios.

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