Dios no les habla
Viendo las barbazas de Raúl Pérez, de barbas quiso divagar el corrillo... de la barba interminable del anacoreta antiguo a la barbita esculpida del ginecólogo pervertido, de la barba del talibán comedioses a la pelambre hirsuta del vagabundo, de la barba académica del filólogo tieso a la clásica de capitán de submarino, de la del hipster posturitas a la perilla del petimetre. Y que afeitársela no es lo natural, apuntó Sócrates, porque lo propio fue siempre que el hombre la dejara crecer o no pudiera rapársela hasta que se inventó el cuchillo y después la cuchilla. Y que en esto de las barbas nunca hubo iguadad de género, aunque no tanto así en el bigote con el que el malage genético agració a no pocas turcas, portuguesas o armenias, algo que también sintetizó aquel ofensivo chiste de «¿por qué los gallegos no suelen dejarse bigote?... para no parecerse a su madre».
Otavito, con bisabuela paterna de Porriño, no dijo nada de esa maldita gracia al estar sólo atento a su fisgoneo de tableta y chorrearnos después con plagio erudito: ¿Sabéis que el historiador Diodoro cuenta en el siglo III adC que los galos se rasuraban los carrillos y se arreglaban sus enormes bigotes?, dijo... ¿y que los romanos se afeitaban con frecuencia, moda definitiva desde que Escipión el Africano decidió hacerlo todos los días?... ¿y que después el emperador Adriano se dejó barba para tapar sus cicatrices poniéndola de moda entre la nobleza, algo que persistió entre los clérigos de la Roma cristiana?... Sin embargo, siglos después, consumado entre Roma y Constantinopla el Cisma de Oriente, católicos contra ortodoxos, la Iglesia recomendó afeitarse para distinguirse así de los griegos, cuyos patriarcas llegaron a afirmar que Dios no habla con los popes y religiosos que no tengan barba . Entonces el papa Gregorio VI se hizo afeitar públicamente para joder urbi et orbe al constantinopolitano y hasta llegó a amenzar con la confiscación de bienes a los clérigos que no se mostraran afeitados ante sus feligreses...Vale, Otavito, atajó Peláez, ¿y qué hacemos contigo y todos los medio lampiños?...