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Pedro Sánchez hasta que llegó al poder nunca había destacado en el PSOE por sus ideas izquierdistas. Pero ahora, empeñado como está en convertir un interés privado -renovar su investidura presidencial- en un credo político, se postula para liderar un «gobierno progresista». Para lograrlo necesitará contar con el respaldo parlamentario de fuerzas tan difíciles de identificar con el concepto de lo que significa ser progresista como Junts -partido nacionalista supremacista y xenófobo-, el PNV -formación conservadora de raíces democristianas- o EH Bildu. Por no hablar de «Sumar», alianza multipartidista nucleada en torno a dos formaciones de ideario comunista -el PCE y Podemos- más otros grupos minúsculos situados en la extrema izquierda del espectro político. ¿Se les puede etiquetar a todos ellos de progresistas? Es dudoso. Pero este marco conceptual está muy introducido en la vida política española. Y desde el punto de vista de la comunicación, las izquierdas salen a competir con ventaja puesto que se presentan como defensores del «progreso» en un relato reduccionista que invariablemente presenta a la derecha y la extrema derecha como reaccionarios y en esa lógica contrarios a toda idea de progreso.

Es un mantra tramposo que al tiempo que disimula la esencia política reaccionaria de los partidos nacionalistas o el escaso apego histórico de los partidos comunistas a respetar la democracia, trata de imponer la idea de que en España, el Partido Popular y Vox son lo mismo. Es una idea que ha llegado a calar en la opinión pública y que a la vista de lo ocurrido en las elecciones del 23 J, jugó un papel destacado en los resultados que dieron la vuelta a las encuestas que venían anunciando una victoria holgada del PP. A lo largo de la campaña el discurso del PSOE insistió en identificar a Feijóo con Abascal. Y siguen con él. En la rueda de prensa en la que Pedro Sánchez anunciaba que estaba trabajando para conformar un gobierno «progresista», aludió en un par de ocasiones a esa pretendida identidad entre el PP Y Vox. En la guerra del lenguaje, la izquierda sigue ganando todas las batallas. Es un rasgo de la política española que no se da en otros países en los que las formaciones conservadoras actúan con menos complejos.