Diario de León

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No se puede ganar una guerra, igual que no se puede ganar un terremoto, como reflexionó con acierto Jeannete Rankin, la primera congresista de EE UU. Como sabemos todos, mientras escuchamos la música épica que pone en contexto las masacres hasta en los informativos, que todo vende. Pero no, no hay vencedores en ninguna guerra. Sin embargo parapetan nuevos frentes y nuevas trincheras desde las que poder acogotar al ciudadano. Sobre todo alimentando su miedo y asaltando su cartera, que es lo que interesa.

Las guerras atroces se suceden mientras la diplomacia saca su máscara con carita de sorpresa y desaliento. Ucrania lamenta que le hurte el protagonismo Gaza con Israel, como antes ocurrió con Siria, y con tantos conflictos que siguen ahí, aunque las imágenes de sus dramas ya no encuentran hueco informativo. Como ocurrió con el propio conflicto palestino, desvaído hasta ahora en la rutina de décadas de intereses económicos, inoperancia diplomática y miles de muertos ignorados. Como tantos dramas enquistados sin respuesta.

El acogotamiento al ciudadano se rentabiliza desde todos los frentes. Antes fueron el gas y el grano, ahora el petróleo, si no la sequía, las lluvias, las guerras, el incontrolable (¡ja!) apetito de los mercados, los bancos estatales, las políticas monetarias,... Siempre se enredan argumentos para justificar la tormenta perfecta sobre un paisanaje ya muy fartuco de que le toquen el órgano en las catedrales institucionales con su aire lleno de promesas, y viceversa.

Demasiadas economías familiares viven sin respiro y sin recursos desde hace demasiado tiempo a cuenta de unos y otros cuentos. Una interminable sucesión de crisis propias y ajenas que obligan a muchos a conformarse con sobrevivir. No puede ser la única opción. Vivir dignamente, en todos los sentidos, es un derecho a exigir, por más que esté vapuleado constantemente.

En el lado aún peor de la balanza se encuentran las personas que sólo quieren vivir en paz, pero se ven obligadas a convertirse en combatientes. Y ya se sabe que un buen soldado, como un buen ciudadano, sólo debe pensar en tres cosas: en la patria, en Dios y en nada. Cierto, puede ser la única forma de sobrevivir cuando todo se pone en contra. ¿O no? Ahí están las barricadas...

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