¡Diosssssss!
Guerra de religiones: nada nuevo. Guerra de exterminio: nada más antiguo. Guerra a mataverdad y a matarrasa: la vulgar. Guerra de malo y bueno, de Caín y Abel: la mentira en pie... Parece, pero no tanto, guerra entre Yahvé y Alá mirándose de reojo entre las negras nubes de la razón, que es donde siguen habitando aunque le pongan detrás un haz luminoso de rayos solares saliendo del meollo oscuro. No muy lejos, formando un corro muy diosero para evacuar novedades y consultas, Shiva, Kali, Manitú, Zeus, Pacha Mama, Poseidón y Odín llegaron a un acuerdo: que se maten de una puta vez y seremos dos menos.
Pero no es guerra de religiones la que hoy truena en Palestina por más que los contendientes recen a dioses distintos antes de tirar a matar, es decir, a aniquilar, a exterminar. «La razón principal de toda guerra es económica» (no hay dios que le enmiende esto a Marx). Se pelea por los territorios, los recursos y el comercio que ahí pueda bullir. Lo demás es pantalla, adorno, disculpa y coartada. Cierto que si a la palabra Tierra se le añade Santa se salsea el estofado con emociones mágicas y furiosas, aunque en este caso se corre el riesgo de invitar a escena al otro acreedor sentimental de estos escenarios: el cristiano católico, ortodoxo o protestante que no lo hará como lo hizo físicamente en las Cruzadas ocupando, matando y gobernando algún tiempo los Santos Lugares, sino emitiendo juicios cuasidivinos, como ha hecho el papa Francisco, cuyas palabras no condenando sin ambages a Hamas y rogando ayudas a los palestinos gazadíes han irritado profundamente a Israel (¡vaya por Dios!, lamentó el camarlengo). Aunque insuperable en meter a Dios en esta zafra ha sido, cómo no, Nicolás Maduro que va y dice en su alocución televisiva: « Jesús, nacido en Belén y criado en Nazaret, territorio de Palestina... Jesús fue un niño palestino, un joven palestino... y cuando fue crucificado, ¡crucificado!, y condenado injustamente por el imperio español y las oligarquías que dominaban religiosamente la zona... (sic)» (pa crucificalu está él... ¡diossssss!).