Kurtz en Astorga
Dime qué te asusta y te diré quién eres. Al mundo de la cultura se le han puesto los pelos de punta, con la intención del Ayuntamiento de Astorga de convertir la Casa-Museo Leopoldo Panero en provisional guarida del terror, para celebrar Halloween. No ha quedado en susto local y ha generado un manifiesto de rechazo, repleto de firmas de prestigio. Astorga siempre ha sido ejemplar en sus inquietudes culturales. Si Borja González, concejal de Fiestas y responsable del dislate. quiere provocar taquicardias que organice un congreso internacional nudista, pero en el cuarto de su casa. Aún no ha entendido los motivos del rechazo a su iniciativa, y lo achaca al «progresismo». Sin duda, todos los firmantes de ese manifiesto consideran Drácula y Frankenstein , en libro o en película, obras maestras; la oposición no es al terror como género sino a una actividad que usurpa y distorsiona la esencia del proyecto, con el agravante de que además banaliza el territorio estético del terror. El concejal ha esgrimido unas explicaciones al presidente de la Asociación de Amigos de la Casa Panero, Javier Huerta, que parecen dictadas al alimón por el muñeco diabólico y la niña de El exorcista. Por cierto, acusar de elitismo a este catedrático es un sinsentido, lleva décadas abogando por hermanar lo intelectual y lo popular. Eso sí, desde el saber. La cultura tiene su Estado Mayor del Logro, y es maravilloso que lo tenga.
Juan Ramón Jiménez, tan querido por ese gran crítico astorgano que fue Ricardo Gullón, proclamó escribir para la «inmensa minoría». Así debe ser. Uno de los enormes potenciales de la Casa-Museo radica en que puede sembrar vocaciones literarias, labor que necesita el respaldo de una programación coherente. ¿Dónde hay que firmar para que dentro de 30 años demos al mundo un poeta sin fronteras? Ahora este es un niño o una niña, y la Casa- Museo podría ser el comienzo de su fascinación.. Pero la semilla ha de ser buena. En la gestión cultural no hay resultados inmediatos, sino valía y entusiasmo. No faltan en el centro.
Nada hay degradante en rectificar una decisión errónea, seguramente bienintencionada. De momento, como musitaba Kurtz: «el horror… el horror». No soy elitista, pero tengo mis lecturas.