El entierro del carbón
En algún lugar he leído que Julio Llamazares, el autor de Vagalume , ha dicho que a la minería del carbón se la ha enterrado como a un bandido, fuera del cementerio. Llamazares también ha dicho —y esto no he tenido que leerlo, lo dijo delante de mí— que el Bierzo se ha convertido en un agujero negro en el mapa de las comunicaciones.
Aquel bullicio que el dinero del carbón generaba en las cuencas ha dejado paso al silencio de los prejubilados. A la ausencia de los jóvenes que se van fuera. Y a la inexistencia de los niños que ya no nacen. Lugares como Torre del Bierzo, como Fabero, como Villablino, languidecen.
El carbón era ese invitado necesario pero desagradable que se sienta en la mesa los domingos. Nos daba riqueza. Nos estropeaba los montes, los ríos, el aire. Y todos los planes del carbón, todos los programas de Transición Justa, o de transformación ecológica, todas las ayudas, todas las apuestas, siempre bienintencionadas, chocarán con la realidad. Nadie va a venir a instalar una gran empresa, qué entelequia, que revierta la situación.
Un lugar que pierde población de esta manera tampoco va a recibir grandes inversiones en infraestructuras. ¿Un AVE? ¿Un tren rápido que deshaga el nudo del lazo ferroviario del Manzanal? ¿Una autovía hacia Asturias? ¿Otra por La Cabrera hacia Portugal? Parece la lista de los Reyes Magos y si no fuera por el peso político de Galicia, que tira del proyecto de la A-76 y del mantenimiento de la A-6, tampoco esperaría gran cosa de las administraciones. Donde no hay gente, no hay votos. Donde no hay votos, no hay inversiones. Donde no hay inversiones se va la gente. Ese es el círculo vicioso que tenemos que romper.
Al Bierzo vinieron mineros de Portugal y Cabo Verde. De Pakistán. De Polonia. Porque el carbón, en sus buenos tiempos, dejaba un buen sueldo, aunque el que picaba antracita no fuera consciente de hasta que punto el trabajo bajo tierra le robaba la salud. Y uno, que es de cuenca minera, siente que es cierto que el carbón no está enterrado en tierra consagrada. Que a la mina la han sepultado fuera del camposanto porque da vergüenza. Entonces imagino a una locomotora de hidrógeno verde tirando del Ponfeblino. Y pienso que todavía estamos a tiempo de darle un entierro digno al carbón.