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Le han dado a Luis Mateo el premio Cervantes y todos nos hemos sentido bendecidos por el agradecimiento. En pocas ocasiones un premio se acoge con el elogio con el que se ha recibido el que reconoce el universo del autor leonés. Luis Mateo Díez llega al galardón más importante del mundo — el Nobel se ha perdido entre la disputa sexual y politica— como un clásico. El jurado no tendría que decir nada para explicar la razón por la que se ha elegido al creador de Celama por encima del resto. Es como cuando Víctor Hugo recibió al embajador de Egipto y dijo Ah, l’humanité! Todos intentamos auparnos sobre la espalda de gigantes pero es imposible siquiera acercarnos a ellos. ¿Cómo se hace una novela con el estilo de Rulfo? ¿Cómo se escribe un cuento con la magia de Borges? ¿Quién es capaz de hacer un ensayo bélico como Malaparte? ¿Quién puede hablar de la desolación como Faulkner? ¿Quién se inmiscuye en la decadencia como Luis Mateo Díez?

Todos coinciden en que el maestro de Las estaciones provinciales es el más cervantino de todos los escritores leoneses. La melancolía de las noches de los filandones es la que agita la atmósfera de Celama, un reino en el que el tiempo no progresa, en el que los personajes no avanzan... León, ese lugar que ha sido catapultado gracias al talento de un solo hombre hacia la eternidad...

No hay nada más grande que un escritor ni nada más definitivo. Por eso todos tratamos de acercarnos a ellos, con el anhelo imposible de que nos contagien parte de la magia con la que una palabra cambia la órbita del mundo. Eso es lo que hace el nuevo premio Cervantes.

En plena pandemia de agitación política, uno puede volver la mirada hacia lo que es irreal pero nos da la medida de la realidad más apabullante. Somos ya personajes fallecidos de un cuento que tal vez alguien consiga desempolvar porque todos nos reflejamos un poco en Ponce de Lesco, el hombre cuya vida no es «como el espejo de todo lo bueno que ambicioné, sino de la desgracia y la ruina de lo que de veras soy». Grande, Luis Mateo.