Griots de León
El griot es el depositario de la tradición oral en muchas culturas africanas. El cuentista, el músico, el juglar, el sabio... Más que un oficio es una unción. Se transmite de forma hereditaria y hay familias que, por generaciones, han sido los griots de su tribu. La gambiana Sona Jobarteh proviene de una de esas genealogías. Hija de un griot y de una artista británica es una de las pocas mujeres que toca la kora en público. Además, tiene una fundación dedicada a la educación de jóvenes en Gambia, especialmente en las disciplinas musicales tradicionales.
Escuché a Sona Jobarteh esta semana en que la lluvia otoñal convirtió a León en esa ciudad levítica y semioscura de Las estaciones provinciales , la primera novela de Luis Mateo Díez. Sus notas a diez dedos sobre las cuerdas de la kora se mezclaron en mi cabeza con las letras leonesas. No sé si fue la lluvia o el efecto hipnótico de las hojas del otoño cayendo lentamente sobre el asfalto.
Cuarenta años después de leer aquella novela en la que un periodista, Marcos Parra es el héroe perdido en el tiempo perdido, pensaba yo en la conexión de la literatura leonesa con el inmenso y evanescente legado de la tradición oral de su tierra. Con ese filandón que se hacía en las cocinas y los literatos han llevado a los escenarios europeos o a las casas de cultura de pueblo. Y que pervive en calechos, seranos y en esos ‘hilorios’ que se forman en los bares, centros sociales e incluso en las redes sociales.
Sona Jobarteh nació en 1983. Es coetánea de esta primera novela mateana (1982) en la que el autor leonés, nuestro segundo Cervantes, después de Gamoneda, inicia una carrera que se define por el compromiso de la ficción y la vida, la conciencia y los sentimientos. Más de medio centenar de obras jalonan su producción literaria que había iniciado en 1972 (51 años ya) con poesía, el Relato de Babia y otras obras. Por debajo de sus líneas discurre ese río subterráneo de León metido hasta las trancas con la vocación de elevar a universal ‘lo local sin complejos’. No en vano es uno de los alter ego de Sabino Ordás, junto con Merino y Aparicio.
Los griots de León son una generación extraordinaria que se fue a Madrid en busca de fortuna. A Julio Llamazares le animó al viaje Gamoneda, aunque asegura que se fue «por escribir, por vivir» y librarse de la asfixia de la ciudad provinciana que podía ser la misma que la de Marcos Parra. Los griot de León vuelven a casa con galones por sus letras negro sobre blanco. La ciudad se ha quitado el polvo provinciano y brilla con polvo de estrellas, incluso galácticas. Pero la tradición oral no puede perderse. Debe renacer en las voces femeninas que la tejieron mientras hilaban o cocinaban. Eso que siempre reivindica otra leonesa en Madrid, Ana Cristina Herreros, Ana Griot, que bien sabe de cuentos africanos y leoneses. Enhorabuena a Luis Mateo Díez y larga vida a los y las griots de León.