Un requiescant
Cuando alguien o algo se muere, ¡qué menos que echarle un responso o un memento que guíe su alma o su sentido a la catacumba del olvido! Allá va el mío por una estación ferroviaria que fue pequeñina y galana como virgen en una cueva, una verdadera joya de arqueología industrial toda ella que ni se valoró así ni se respetó, algo imperdonable, estación violada de atrás alante por un delirio que la desfiguró, estación de Matallana, estación término del tren Hullero o tren de Mataporquera, como le decían a esa línea algunos pueblos del trayecto, hoy estación de Feve, siglas frígidas sin alma ni emoción (¡si al menos fuera el diminutivo de Feverica, resonando así a la tía ficticia de Victoriano Crémer a la que escribía cartas en la radio!...).
Y como fue escenario de correrías y pillerías cada tarde en los cinco años de mi infancia escolar volviendo de El Cid, se me disculpará el recuerdo recurrente y la lagrimita a que me invita su devenir dando en tanta desfiguración, ahora ya total, para alojar en su recinto bloques de viviendas y calles de rodar coches que apercollarán los pocos restos que ahí quedaron, enterrada ya del todo la vieja estampa de sus talleres de reparación, los ajetreados muelles de carga, la plataforma de girar las locomotoras que tanto nos fascinaba, los vagones quietos cargados de ovoides o cock, el trajín de viajeros y bultos al arrivar el Mixto, el desembarque de gentes que llegaban de la Valcueva, LaVecilla, Boñar, Cistierna, el norte palentino y hasta de Bilbao... o aquella coqueta cantina, ¡y churrería!, con la hija del churrero que era una beldad y que siendo del barrio de San Esteban llegó a reina de las fiestas por guapa y no de pago, vieja norma en la pretrenciosa burguesía tendera de esta ciudad.
Esa estación vuelve de nuevo a su calvario de obra inconclusa, vallada hoy con tela plástica opaca como se hace en la escena de un crimen o trágica desgracia, fuera de foco y de curiosos, velada a la vista para que no venga después un jurado popular dando su veredicto a las orejas sordas del juez de la horca que debería entender en este caso.