Diario de León

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Volver a los 17, después de vivir un siglo, es como descifrar signos, sin ser sabio competente.... Así comienza la canción que Violeta Parra escribió en los años 60 del siglo pasado y que no me he podido quitar de la cabeza en estas dos últimas semanas. Volver a mis 17, cuando las calles se llenaban cada dos por tres con banderas con el águila, de brazos en alto, de vivas a Franco, rezos del rosario, de insultos gruesos de unos políticos que no dudaban en utilizar expresiones como traidor, maricón, felón, masón o basura para insultar al adversario, y que era el mínimo riesgo al que se enfrentaron hasta 1978.

Nuestra vida se adapta a los rigores del cambio climático, a la Inteligencia Artificial, al conocimiento del genoma, a la reprogramación celular, al hallazgo de planetas similares a la Tierra, a la carrera espacial para encontrar otros mundos, al internet de banda ancha y de las cosas, a los teléfonos inteligentes, a la computación cuántica, al reconocimiento facial, a los órganos artificiales, a la impresora 3D, a la realidad virtual, el metaverso, a los drones, a los wearables inteligentes, a la biopsia líquida, a los ecosistemas de las apps, a los códigos QR, a los asistentes virtuales, al deepfake, al AVE, a los nanorobots.... y, de pronto, me he visto impulsada en una nebulosa por un espacio temporal a través de un agujero negro hasta encontrarme de nuevo en unos pupitres de madera, una pizarra de tiza, un teléfono fijo en el salón, un televisor en blanco y negro, una máquina de escribir Olivetti de color verde, un radiocasete, una voz en el altavoz de la estación en la que oigo ‘rápido TER, procedente de Badajoz y con destino a Madrid, va a efectuar su entrada’, ¡las hombreras XXL!... Sólo el olor del guiso que mi madre prepara en la cocina me resulta agradable en esta vida recordada de hace cincuenta años de la que me despierto sobresaltada cuando escucho en la tele que en el Congreso de los Diputados alguien vuelve a pronunciar la expresión ‘golpe de Estado’. Un déjà vu fuera de contexto que me desubica y confunde.

Desde el primer gobierno democrático, los españoles se han mostrado recelosos con las contraprestaciones económicas a Cataluña y País Vasco para conseguir apoyos de investiduras. Ahí está el Pacto del Majestic, entre José María Aznar y Jordi Pujol en 1996, por el que se cedían múltiples competencias a los catalanes. CIU se convirtió también en el socio necesario de Felipe González a través de distintos pactos. Ahora ocurre con la amnistía y la condonación de una deuda de 15.000 millones. Ningún político que aspiraba a ser presidente adelantó estos acuerdos en sus programas electorales, de la misma manera muchas de las propuestas electorales luego no se cumplen.

La legítima utilización de la calle para la protesta, que es una grandeza democracia, se pervierte cuando se usa para provocar altercados y acosar a los políticos, regado con denuncias de que se vive en una dictadura. Como decía Violeta Parra, se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra.

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