Los otros amnistiados
Vaya por delante mi convicción de que Puigdemont es un político mediocre y un cobarde privilegiado que ha vivido a cuerpo de rey más allá de los Pirineos mientras sus compañeros y otros líderes independentistas chupaban cárcel. Bajo esa espesa melena invertida, el sentido de Estado de este señor es tan exiguo como el de quienes incendiaron políticamente Cataluña para acabar con una obra de Zapatero, el Estatut, que fue el primero en abrir una vía de entendimiento con el independentismo dopado con los privilegios que, ojo, le dieron Felipe González y José María Aznar.
La mayoría absoluta del PP en 2011, en plena crisis económica y después de haber ido de la mano con el PSOE en la reforma del artículo 135 de la Magna, para socializar las pérdidas del capital en la gran burbuja a escala europea, fue para Rajoy un apunamiento. Afortunadamente, Zapatero ya había logrado el fin de ETA con un alto el fuego sin precedentes que nunca logró Aznar pese a que negoció con la banda armada.
Rajoy acabó con el Estatut al estilo don Tancredo y luego vino lo que vino. Soraya Sáenz de Santamaría, muy dispuesta a ocupar portadas de otra guisa, ni se molestó en ejercer su papel de mediadora. Rajoy la cagó, cayó y nos dejó el pastel. Hay que recordarlo ahora que el PP avala con su silencio insultos graves de una presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, al presidente del Gobierno y se ríe en nuestras narices difundiendo la memez del año (me gusta la fruta por hijo de puta). No es defender a Sánchez, es que la democracia es el fondo y la forma y aquí el PP—ya no es Vox y su estilo matonil— con el señor Feijoo a la cabeza, ha perdido todos los papeles. Su silencio ante el acoso, insulto y agresiones a periodistas es muy grave. Alienta asonadas militares y da oxígeno al bulto de las masas envueltas en banderas que no les pertenecen porque deshonran a la patria. Agita huestes togadas que están en cuestión en Europa por su bloqueo a la renovación del Poder Judicial. Un cuadro.
En Cataluña, como en Gaza, salvando las distancias del horror, que son muchas y dejarán tocada a la humanidad, el conflicto no se entiende sin tirar de memoria. Nuestra Magna se asienta sobre una amnistía sin precedentes que no es la que aún no es del PSOE y Junts. Lo del independentismo catalán queda nimio al lado de lo que se perdonó en 1977. Bajo el velo de liberar a los presos políticos, comunistas y demás ralea, de las cárceles franquistas, se cerró la puerta a juzgar a los criminales de la dictadura. Impunes. Había bastantes vivos; no olvidemos que el régimen murió matando. Intentar resolver un conflicto es algo mucho más serio que la cabellera histriónica de Puigdemont. La clave ahora es que todos ganemos. El win-win. Pero estos amnistiados del 77 y sus herederos solo quieren ganar a costa de que España pierda la ocasión del diálogo y de abordar los problemas reales. Recuerden que por la paz se trabaja desde los bosques de la vida, como hizo Ibarrola.