Diario de León

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Iré a ver Napoleón , la última película de Ridley Scott. Y posiblemente me reafirme en que lo importante no es pasar a la Historia, sino los motivos por los que has pasado. Gran parte de lo que llamamos posteridad no es más que un listado de malvados y de sus acciones malvadas. Napoleón regó Europa con sangre ajena, incluida la de los españoles. Escribió en su destierro en Santa Elena: «Esa desdichada guerra [España] me perdió, dividió mis fuerzas. (…) Me atreví a herir desde demasiado arriba». Y añade: «Quise obrar como la Providencia». Soberbia presunción, reveladora de su conflicto interior. Nunca comprendió por qué no nos dejábamos invadir. En 1912, escribió Léon Bloy al respecto, en El alma de Napoleón: »España estaba tan cerrada como China a toda injerencia extranjera». Bueno, invadir es mucho más que meterte donde no te llaman. ¿no? Y añadía: «Si Napoleón no comprendió nada de ese carácter profundo de España, ¿qué es lo que sus desdichados soldados criados en la ignorancia o en el desprecio de toda práctica religiosa hubiesen podido comprender?». No comprendieron, por ejemplo, que nuestro panteón de los reyes leoneses no debía ser profanado. Bonaparte emulaba a Marte, dios de la guerra. Argumenta Bloy: «Lo que necesitaba este personaje extraordinario era el Ángel de la guarda del niñito abandonado sobre la ruta del mundo […] ¡Un ángel de la guarda para el más grande de todos los hombres!». Lo tendría, pero quizá lo mandó fusilar. O lo fusiló él mismo. O este pidió antes un cambio de destino. El poder absoluto es un ático vacío.

Por cierto, qué bellos los dos enormes ángeles colocados frente a la Catedral. Todo un acierto haber optado por una iluminación navideña de iconografía cristiana, y no de feria. La Catedral sigue aquí, Napoleón no. También nuestro amor permanecerá cuando ya no estemos, su surco es más profundo que el de la guerra.

Sí, iré a ver la nueva película de Scott. Pero por mucho que me guste, siempre en mi corazón prevalecerá aquella otra que vi de crío con mi padre, en el cine madrileño Palafox; en su plano final un soldado gritaba en un Waterloo humeante: «¿Por qué nos matamos si no nos conocemos?». Difícil respuesta, Napoleón hubo morir para saberla.

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