Aduladores los quiere el señor
La empatía debilita igual que los halagos. Uno por regalado, lo otro por recibido, en los andenes de la socialización se arremolinan los egos que acaban por dejar el suelo perdido de vanidades. De aquella hoguera de Tom Wolfe que terminó por arder mejor en la película que en el libro, los inadaptados recuerdan el pasaje de la fotocopiadora, sin bragas y a lo loco, como reflejo de aquello que amenazaba con nacer y que no acaba de morir. Hay que asumir que la adulación emborracha más al adulador que al adulado. Así que no extrañe que se haya distraído el oficio de informar hasta el punto de acostarlo en el regazo de sectarios de partido con vocación de zalameros palaciegos, siempre dispuestos a agradar los oídos con lo que el señor quiere escuchar, alabarle el gusto por el ropaje, y callar como putas en el caso de que el espejo no le aclare si está en pelota. Somos tan viejos que nos parece lejana aquella ocasión en la que un político hacía una declaración, hasta de intenciones, y se desataba una estampida en las redacciones para ponerle marco y guirnaldas. A pelo. Aquel tiempo que no había otra estrategia de comunicación global que la que manoseaba Cebrián, mientras Polanco se encargaba de liquidar al que le había hecho perder las elecciones en la Federación de Fútbol, las únicas urnas que se le escapaban de mano. Era todo tan libre, que nadie tenía que recurrir de forma machacona al término democracia, a ver si a fuerza de repetirlo se contagia; a nadie se le ocurría justificar una acción con la disculpa de que eso era demócrata, salvo que llamaran al timbre de madrugada y no fuera el lechero. Nadie repartió porrazos por la calle a los que rezaban el rosario; nadie le escupió pimienta a los ojos a unos chavales por cortar la Gran Vía al grito de Vargas, te quiero, Vargas yo te adoro, tengo tu foto en el inodoro. Nadie mide el grado de pérdida de libertad de movimientos, directamente proporcional al control remoto que se activa con la aplicación del parquímetro, o el contactless al pagar el café con leche. Sí, bwana se posiciona como próxima expresión adoptada en la academia. Mientras el mundo, el entorno que levantó la generación X, se desmorona debilitado entre halagos y empatías.