Diario de León

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La chica yeyé se colaba por las ondas hertzianas en la enorme radio que presidía nuestro fogón. El mismo aparato, ¡qué hermosa era aquella radio!, por el que entraba el parte oficial y, girando el mando del dial, conectaba mi padre con la onda exterior de la clandestina Radio Pirenaica.

En aquella época, todo sucedía en un pequeño espacio que era inmenso. ¡Y llegamos hasta la Luna! En la esquina de la calle Mayor con Platerías de mi pueblo natal, Villaornate, había una piedra grande y rugosa, casi blanca; la típica piedra carretal para evitar que los carros rozaran los muros de tapial de la casa al girar de una calle a otra. La piedra sobre la que nos sentábamos. Sobre esa piedra me alzaba a cantar las canciones de la radio.

La chica yeyé, que lanzaría a la fama a Conchita Velasco, fue una de mis canciones favoritas en el escenario rural de los años 60-70 que abraza mi infancia. Tanto que, cuando ya me había convertido en chica emigrante, cada vez que volvía al pueblo, el secretario del Ayuntamiento me saludaba con el apelativo de ‘la chica yeyé’. La canción, que se estrenó en 1965 y sonó durante años, rezumaba una mezcla de rebeldía y apasionamiento. Queríamos ser chicas yeyé aunque nos educadaban para ser chicas sumisas y discretas. Éramos antiguas y modernas a la vez. Y lo seguimos siendo.

Concha Velasco, que se fue ayer a los 84 años, tras una larga y fructífera vida coronándose como artista total, de casi siete décadas, saltó del rol machista de Las chicas de la Cruz Roja a grandes papeles como Teresa de Jesús o la Hécuba de Eurípides, tan solo hace diez años, que podría ser hoy la madre de todos los hijos e hijas que mueren violentamente en las guerras.

Concha Velasco dejó de ser Conchita, aunque la chica yeyé quedó como impronta de su identidad artística. Tal vez porque siempre fue rebelde y apasionada y persiguió sus sueños, sin importarle pagar peaje. Ni confesarlo. Modernas y antiguas, porque por mucho que nos esforcemos las mujeres en ser libres, en algún momento, el sistema machista nos hará pasar por el aro. «A una mujer no se le permite envejecer con dignidad, a un hombre sí», lamentaba la artista sobre su profesión en los últimos años. Como señala Nuria Varela, vivimos en la cultura de la simulación: el patriarcado disimula el poder que tiene y disimula que estamos en igualdad. Yeah, Yeah!

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