Plantar el olivo
No es rico el que más tiene, sino el que menos ambiciona. Según este aforismo de Séneca, León y los leoneses estaríamos en la Lista Forbes de los potentados mundiales. Nuestro conformismo —nacido acaso de la exuberancia natural propia de una tierra pródiga en tesoros y bondades de todo tipo—, nuestra resignación, tienen tintes legendarios. No hay agravio que tomemos a pecho, ni ofensa que nos trastorne, ni expolio o injusticia que nos afecte. Mantenemos la conciencia tan pulcra como la patena de nuestra catedral.
Alcanzado el primer sueño de lograr quedarnos en el lugar donde nacimos, para el que todos somos llamados pero pocos elegidos, el último y modesto sueño consiste en vivir en nirvana y paz de espíritu, obtenida la jubilación y el remozo de la casa del pueblo: el abono del regreso de los que tuvieron que ir a ganarse las lentejas fuera. Acumular y proyectar —pareciera que pensamos— va en detrimento del ser. Eso queda para otros. Nosotros ya somos lo bastante afortunados con ser leoneses. Así que contemplamos sin apenas inmutarnos cómo se van Esla abajo hacia el Duero, que es el morir, la desesperanzada juventud local y cómo con las aguas fluye el futuro que aún pudiera quedarle a esta tierra que se despuebla litro a litro.
Otros vendrán después que arreen. Más y menos ya no se puede ser, ni entrenándolo. Más conformistas. Menos reivindicativos. El cortoplacismo es la peor forma de pesimismo conocida, porque niega el futuro. Hay una negación radical del porvenir en los sueños cortos, con los réditos al alcance de la mano o a lo sumo a la vuelta de la esquina del calendario. O quizá sea egoísmo sin más. A veces, recorriendo esos paisajes horizontales de La Mancha en los que la tierra quiere ser cielo, como afirmó el poeta, atravesando su crudeza de territorio asoleado sin tregua, pienso en la lección del olivo. Porque, quien no sabe soñar, mucho menos es capaz de aplazar la recompensa, que es virtud humana por excelencia esa demora del cumplimiento de las expectativas. Trabajar para la herencia, para las generaciones venideras, para la sangre sobre la sábana extendida de la eternidad. Plantar el olivo, como hacen los manchegos, que no da frutos hasta unos cincuenta años después. Creer que en el porvenir habrá alguien de los nuestros para sacarle rendimiento a todos nuestros sudores y sinsabores de ahora.