Masas aborregadas
No es nuevo lo de dirigir el foco, e incluso llegar a inventarse un enemigo, para tergiversar las cosas o tapar las vergüenzas propias. Se han alcanzado extremos máximos y realmente cruentos, como en el caso de los judíos, a los que se criminalizó ya desde el siglo XIX, para sembrar la semilla que llevó a la sinrazón más descabellada a manos de los nazis. Es quizá la aberración en origen la que facilita las pruebas de la existencia de diferentes estadios en una misma fórmula de actuación. Aquí en España, lo de los judíos —y ese odio hacia lo no manejable— se hizo patente con las persecuciones, expulsiones... Como también ocupan episodios en la misma historia patria lo ocurrido con los Jesuitas, o incluso a nivel europeo con los Templarios, cuyos máximos mandatarios ardieron literalmente en el otro fuego vivido en Notre Dame, unos siglos antes.
Gobiernos y oposiciones del centro y sur de América han tenido demasiado de antiyanquis. Un fenómeno también extendido en ciertos grupos de Europa, en esa búsqueda de un enemigo común que permita hacer más prietas las filas y más nubladas las mentes.
En la política actual sobran ejemplos de esos trampantojos para difuminar el horizonte. Y lo peor es que esa agua fina acaba calando, sobre todo si se dominan las aulas y el uso del lenguaje, para desembocar en el ‘España nos roba’ de unos o el ‘que vienen los ultras’ de los otros. Si se envenena suficientemente el menú político se logran réditos. Sin duda. Eso permite tragar con los bildus, amnistías, referéndum, sí es sí... con la mente ofuscada en que hay que combatir ese enemigo que nos han diseñado y señalado.
La historia prueba que una turba, incluso de votantes, es capaz de cualquier cosa, con las orejeras puestas y bien atizadas sus ansias por incendios más o menos imaginarios. Y para eso nada como sembrar el miedo, esa sensación del «cuidado que vienen...». Así se han colado los más variados disparates.
El siglo XX entró en los libros de historia por los totalitarismos más execrables, con bestialidades que quizá ni se sospechaban en tiempos que calificamos de bárbaros. No sorprende que cada uno ponga el acento en el otro lado del tablero.
El XXI amenaza con quedar para el futuro como el tiempo de esa manipulación populista que convierte al príncipe maquiavélico en un juego de niños. Con tragaderas para digerir lo que sea... del ‘gran hermano’ o el castillo kafkiano.