La función crea el órgano
Oalgo así. Que en estas ocasiones se abrazan, se ponen rápidamente de acuerdo y se aplauden mutuamente con entusiasmo y reconocimiento, aunque sea este circunstancial y breve, que después ya teatralizarán las distancias que los separan, que al parecer no son tantas cuando se encienden las luces opacas de ciertas oficinas de empleo, surtidoras generosas de albóndigas para llenar a diario la andorga. «Hoy por mí, mañana por ti», mientras los dineros se van por los retretes bienolientes de los de siempre y sigue el circo de despropósitos, abusos y desvergüenzas. Siempre tila a destajo para la mayoría.
Resulta que todos, sin excepción, llegados al botón de las decisiones —pisar moqueta cambia el paso—, han ido elevando a los suyos a los altares de los sueldos generosos, prácticamente casi inventando la función remunerada. ¿Será desmedida la sospecha de los mentideros de que se premia más la sumisión que la valía? Quede la respuesta para bien o mal pensantes y ociosos, para quienes no entienden que el regreso a la rutina después del paseo por la política debería formar parte de la normalidad sin que haya impresión de carácter y eterna duración. ¿Cosas peores veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras?
Creo que vivimos tiempos de hechos consumados. Hízose, apenas un pequeño revuelo entonces, silencio definitivo y quedaron cerrados los nuevos tentáculos de las dependencias y los aplausos entusiastas al mentor durante el tiempo que sea necesario. Dicen que, después, el silencio fabrica el olvido. Y que la función crea el órgano, o algo así, aunque con frecuencia no se sepa qué es una u otro.
Me cuentan que aún quedan muchos, muchísimos puestos por cubrir. Tomen nota los sesudos diseñadores de las ínsulas Baratarias: Detector de nubes azules, Inspector de dinosaurios voladores, Controlador terrestre de mosquitos en celo, Controlador aéreo de aviones de papel, Cultivador de cebolletas avinagradas en bote, Cronometrador de carreras de tortugas, Contador de lagartos de cuello con volantes, Guardagujas de los trenes de chocolate, Pintor de los pedos de los ángeles, Curandero de cistitis de los gorriones del Parque Central, Fiscal de libélulas en tránsito migratorio, Traductor del ruido de los ríos sin cauce… y un largo, larguísimo etcétera.
La metáfora y el humor forman parte de nuestras vidas, seguramente como subterfugio y escudo más que otra cosa.