Diario de León

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Amparados por la niebla, con nocturnidad y alevosía, una familia de cuatro jabalíes intrépidos se atrevió a penetrar en la ciudad de Ponferrada durante la madrugada de este último miércoles.

Las cuatro criaturas de la montaña, acostumbradas a los rigores de la noche, al frío y a la helada, trotaron con arrojo por la avenida del Castillo y cuando divisaron la hierba hermosa de la ladera de la fortaleza, aposentaron sus hocicos en lo verde y comenzaron a horadar el terreno con sus colmillos. A dentelladas abrieron una hilera de agujeros, en busca de un tesoro, en busca de alimento, o quizá solo para huir de la realidad.

Y allí los fotografiaron, entretenidos con la hierba y con la tierra, como cuatro soldados al asedio de la fortaleza que una vez rodearon los irmandiños; campesinos levantados en armas contra el Conde de Lemos en la segunda mitad del siglo XV, cuando las guerras todavía se hacían con espadas y escudos, con flechas y lanzas, y armas de fuego muy primitivas.

Los agujeros ya no estaban allí por la mañana. La hierba mancillada por sus bocas salvajes, por sus afilados colmillos, volvía a estar en su sitio después de la profanación gracias a la rapidez de los jardineros del Ayuntamiento.

Y no es ningún chiste, en el fondo. Si un jabalí puede provocar un accidente, imagínense lo que pueden hacer cuatro.

Empiezan a ser frecuentes los avistamientos de animales salvajes en nuestro entorno. Se hicieron famosas las visitas de alguna osas golosa que atraída por la fruta y las lechugas se adentraba en Villarino este verano y espantaba a los vecinos. Y hubo un oso que, en un acto de audacia sin precedentes, llegó a entrar en el centro de Ponferrada por el parque de la Concordia y la ribera del río para corretear por la plaza de Lazúrtegui y, perseguido por un taxista nocturno, avanzar por la avenida de Pérez Colino. De la presencia del lobo al acecho de la reses también saben mucho los ganaderos.

Ese Bierzo salvaje está ahí, agazapado. Y a la que nos descuidemos nos recuerda que existe. Que el monte está poblado de animales igual que los castillos de leyendas. Y cuando se juntan los animales y las leyendas lo que queda es un rastro de agujeros en la hierba. No sea que nos creamos los únicos habitantes de la Tierra.

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