Cerrar

Creado:

Actualizado:

Aquella mujer del anuncio se pasó toda la noche en vela para poder tener listo al día siguiente el disfraz que le pidió su hijo chiquito por tener que participar en la función de su colegio. Consultó libros y fotos cosiendo telas y trapos hasta amanecer y dar con lo más parecido al castor que el crío le indicó y, ya vestido con él, lo subió al coche ¡y al cole!. Pero cuajada se quedó cuando la criatura, tan feliz con su disfraz, arrancó a cantar su papel en la función: ¡A Belén, castores !... que tampoco sobrarían en esos nacimientos y portales donde caben herodes, legionarios, patos, perros, peces, lavanderas, molinos, panaderos o toda suerte de insólitas figuritas... y ¡caganers!

Puestos a darse licencia, la propia Iglesia es maestra. Ni evangelios ni texto alguno prueban la existencia del Portal y, aún menos, la presencia allí de un buey y una mula, pastores, ángeles o Reyes Magos. Y sin embargo, eso dio pie a lo largo del tiempo a una serie de reliquias que lograron gran devoción popular, en todos los casos carentes del mínimo fundamento y llegando a menudo a la extravagancia. Entre ellas hay que citar las gotas de leche de la Virgen (obtenidas de la Gruta de la Leche de Belén y con relicarios en la iglesia de Santa María del Popolo de Roma y en las catedrales de Oviedo y Murcia)... o los Santos Pañales o panniculum (con restos en la iglesia de San Marcello al Corso de Roma y en la catedral de Lérida)... o una pajuela del Pesebre en Santa María la Mayor de Roma... o huesos de los pastores Jacobo, Isacio y Josefo, junto a sus zurrones y tijeras de esquilar (en San Pedro de Ledesma, Salamanca)... o los restos de los Reyes Magos (conservados en la iglesia milanesa de San Eustorgio y desde 1164 en la catedral de Colonia)... sin citar por grotescas otras reliquias como el Santo Cordón Umbilical, el Santo Prepucio (hay hasta once, culto anulado por la Iglesia en 1900), algunas piedras del Portal de Belén y¡ la cola de la mula!, así como otras tan estrambóticas como plumas del arcángel San Gabriel o el Suspiro de San José.

O sea, que sólo faltaban los castores.