Diario de León

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Abuela encendía el fuego, como un rito ancestral inconsciente, y en el bullir del agua de la cazuela se cocinaba el equilibrio del mundo. Hacía frío fuera, ese frío que cura la matanza en la hornera y vetea las mejillas con pequeñas veninas violetas, y dentro de la cocina todo cobraba sentido alrededor de las isobaras del anticiclón en el que giraba la cabeza del rape, la espina del congrio, las peladuras de las gambas, los trozos del lomo de la merluza, la cebolla, el puerro, el laurel solterón. Había un momento en el que, mientras cada alimento depositaba su sustancia en el fondo de altas presiones, antes de echar los cuencos de las almejas y el huevo picado muy menudín para que el caldo espesara, mi güela Rogelia salía de la cocina y dejaba la puerta abierta. En el pasillo había un teléfono de ruleta, un invento que los actuales guajes creerían más cercano en el tiempo al descubrimiento de la rueda que a la inteligencia artificial, y sacaba la agendina que tenía metida en un cajón, junto a la guía telefónica, otro elemento para los museos etnográficos. Por orden, marcaba los números que aparecían junto a los nombres escogidos. Cada ir y venir del dial, que al meter el dedo en la cifra giraba en el sentido de las agujas del reloj hasta llegar al tope y retornaba como un resorte al origen, enviaba un mensaje precedido de varios tonos de espera. Cada llamada, espaciada en el trajín de los pucheros, cumplía con un ritual que se alargaba todo el día, porque a veces al otro lado no estaban en casa, que era donde esperaba el teléfono a la gente. Bueno, cómo estáis todos por ahí , se le oía decir, una llamada tras otra hasta completar el mapa de los puntos cardinales de la familia y los amigos, sobre todo los que estaban fuera. Entonces, sí: se podía empezar a cenar en Nochebuena.

Era una pregunta retórica porque de haber pasado algo lo hubiera sabido rápido. Aunque la ocasión permitía dar un repaso a la vida, preguntar por los hijos y los nietos, mantener tenso el hilo emocional que liga a las comunidades afectivas, lanzar un estoy aquí para lo que necesites. El teléfono, antes de convertirse en un síntoma del aislamiento en una realidad paralela, comunicaba a las personas de frente, sin mensajes manufacturados de fuego a discreción para grupos de whatsapp que contaminan todo con su ruido insípido, que carecen de valor y poso. No se dejen. Tengo llamadas pendientes por hacer hoy. Todo bien por aquí, güela. Te echamos de menos. Huele a sopa de pescado. Feliz Navidad.

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