¿Por qué no damos nosotros las campanadas?
Todo está atado con alfileres. Lo de Pamplona, los pactos en el Gobierno y los del Gobierno con sus socios, la situación económica, los intentos de llegar a algún acuerdo sobre la renovación del Poder Judicial, las subidas de impuestos o el mantenimiento de algunas ayudas anticrisis, cumplir con las exigencias de Europa o el diálogo social utilizado como arma electoral y fracturado por Yolanda Díaz...
Y, además, este año que viene hay convocatorias electorales en Galicia, en el País Vasco, al Parlamento Europeo, tal vez en Cataluña —y en medio mundo— y cada una va a ser una posibilidad de que todo lo pactado salte por los aires. Bastará con que cualquiera de los socios del Gobierno —socios por puro interés no por convicciones ideológicas o por proyecto de país, independentistas, anticonstitucionales— respire un poco más fuerte para que el castillo de naipes salte por los aires y ponga todas las vergüenzas de la política al descubierto.
Acabo de leer en un diario nacional, no en uno cercano a la banda, el sarcasmo de que «Bildu tiene dos almas» como si quien mantiene el vínculo con ETA, organiza homenajes a los asesinos y ensalza el odio a lo español como símbolo ideológico, pudiera tener «alma». Bildu puede pasar de ser el socio preferente e Pedro Sánchez a ser su verdugo. Igual que Puigdemont o Junqueras, que lo que buscan es la independencia sin votos y sin la mayoría de los catalanes. Sólo para ellos. Fíjense cómo estarán las cosas, que el PSC anuncia que podría no apoyar los Presupuestos y forzar una convocatoria electoral en Cataluña. (No se lo crean, lo que el PSC ha hecho es decir a Pere Aragonés que o traga o le sacan del Palau).
Hasta nuestros obispos andan divididos por si se puede bendecir a las parejas homosexuales, que también deben ser hijos de Dios, o hay que echarlas a gorrazos de la comunidad eclesial. Y por si fuera poco, hasta parece que el libro de Sánchez, que no ha escrito Sánchez, se vende incluso mucho menos que el de Rajoy. ¡Qué país!
Sánchez ha perdido la batalla de la educación, que está fallando como ascensor social y cuya calidad desciende año tras año; de la justicia, sometida por la política; de la vivienda, sin acceso para los más jóvenes; de la pobreza y la desigualdad, con las familias ahogadas por la inflación y en muchos casos sin poder pagar la luz y poner la calefacción; y hasta de la violencia de género, porque las políticas de Podemos, apoyadas por el PSOE, no han tenido ningún resultado a pesar del fuerte aumento de los recursos empleados.
Bastante tiene el presidente con cuidar su imagen y a sus socios benefactores y con emplearse a fondo en la «okupación» de las empresas e instituciones estratégicas, públicas y privadas, y colocar allí peones de absoluta fidelidad.
Pero, en lugar de quedarnos mirando el panorama, que es de todo menos bonito y esperanzador, y por muy crispada que esté la política, deberíamos pensar que ha llegado el momento de que renazca la sociedad civil, de no callar en el día a día, de no aguantar que nos digan lo que debemos hacer, que exijamos acuerdos entre las dos grandes mayorías de este país y que si no son capaces quienes las dirigen, que se vayan a casa. Este año, en lugar de que nos den las campanadas deberíamos hacer el propósito de darlas nosotros. La sociedad civil, cada uno de nosotros. Y que suenen fuerte. Si soplamos juntos, se cae el tenderete.