Ojalá que nieve carbón
He visto a profetas del calentamiento global, uyyy, uyyy, votad a los de Soros que os abrasáis, pasar ahora acelerados bajo las pérgolas porque no soportan la niebla del fin de los tiempos y de 2023. La máquina del frío fabrica en serie en León, también después del risueño alcalde que dedicó parte del mandato a desprender a esta tierra del concepto bajo cero; ya se sabe que aquí, en diciembre, lo suyo era buscar la sombra, hasta que Al Gore dio con la tecla del negocio y la tasa del ceodós. El calentamiento global lo es de la cuenta corriente de los que cerraron las minas, mientras vaciaron de camiones las carreteras que alimentaban la boca de las térmicas; el enfriamiento se ve en la margen derecha de la N- 625, por la hendidura que dejaron los porteadores de antracita, que en invierno transpira una corriente inaguantable. Cuando llueve, la vieja huella de las ruedas carboneras es una rigola que recoge las pluviales, para desaguar al río que todo lo lleva, ya saben a dónde, no hace falta abundar en la desgracia social y económica de esta tierra. Antes de que el ministro de Transportes de Valladolid ajuste la parrilla de vuelos internacionales desde allí para competir con el Barajas de Ayuso y la centralidad de España, no como León, que tiene a tiro de escupitajo a Avilés, con tres carriles por sentido y un peaje, es conveniente realizar dos viajes: uno, a Nottingham, vía Londres, como suelen los asalariados pudientes cada fin de semana de tres días, o los esforzados autónomos, con los ahorros de siete años y el recorte en la calefacción; otro, a Colonia, este directo, desde Barajas-Madrid-España, (joder, Adolfo, cómo se te echa de menos) para comprobar que nos la han vuelto a clavar a pelo y sin vaselina. Barcos cargados de carbón recorren el río sin que la comisión de la transición justa haya elevado informes por el peligro de muerte para los barbos (¿hay barbos en el Rin?); y chimeneas con el diámetro de la boca del Etna regurgitan en el condado de Robin Hood algo blanco, que no es humo de ducados, precisamente. No hay que llegar hasta la China comunista para certificar que además de idiotas nos tratan como a gilipollas. Los políticos, digo, que en junio querrán más votos para calentarse el próximo invierno.