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La aporofobia, un neologismo creado por la filósofa Adela Cortina, designa el rechazo o discriminación hacia las personas pobres o con vulnerabilidad económica. La palabra entró en el Diccionario de la Real Academia en 2017 y aunque se usa muy poco, se practica muy a menudo. Lo más grave es que se ejerce desde el ámbito institucional sin rubor y con todos los medios humanos y materiales a su alcance. Luego se lavan la conciencia echando unos miles de euros en los cepillos de las subvenciones del erario público para albergues para personas sin hogar o acuden en Navidad a servir la comida al comedor social bien pertrechados de altavoces y cámaras para la posteridad.

La aporofobia es el culmen de la ideología neoliberal, que postula que las personas son responsables de todo lo que les sucede. Solo que al pobre se le ayuda dándole un empujón más a la miseria y al rico se le agasaja con la amistad de los poderosos que pasan el Año Nuevo como auténticos machos alfa por la montaña de León.

Según esta tesis, Salvador Armesto se merece que le quiten a su perra en plena vía pública como si fuera un delincuente porque ni siquiera tiene casa propia ni en alquiler, hace la calle con pompas de jabón y encima es usuario del comedor social. Lo mismo que se merecía que borraran, sin previo aviso, el mural de los depósitos de agua o que un día de enero algún desaprensivo prendiera fuego en la casa abandonada (propiedad del Sareb) en la que vive a duras penas.

Jesús Calleja, por el contrario, se merece que la Junta desembolse 1,4 millones de euros en su Zona Alfa porque va a ser una mina de oro para el turismo de bicicleta de montaña. Un ‘caso de éxito’ de libro de recetas de Margaret Thatcher en el que todo el mérito se lo lleva el aventurero aunque suponga tan importante desembolso de dinero público. Es lo que sucede a escala mundial con las empresas que se llevan los dineros públicos para ‘garantizar el empleo’ y otras patrañas, mientras al mítico emprendedor le dan sopas con honda en Hacienda y se desmantelan los servicios públicos porque hay que ver cómo se está poniendo el servicio... ¡quieren un estado del bienestar!

El Ayuntamiento de León no había requisado un perro potencialmente peligroso en al menos diez años desde que la actual Junta Directiva de la Protectora está al mando (¡y qué mando!) del servicio de recogida. Con una ristra de veintidós incidencias (aún sin demostrar) a Salvador Armesto le dejaron sin su única compañía la víspera de Nochebuena. Paca, a la que mucha gente conoce en León y saben que no es tan fiera como la pintan, se ha convertido en el chivo expiatorio de los animales peligrosos de León por pertenecer a una persona sin hogar. Pero el peligro son esos gandules que salen por la puerta de atrás y no pegan sello en la casa que han pervertido como si fuera la de tócame Roque.