Diario de León

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Vivimos tiempos de metáforas, tiempos hiperbólicos que en no pocas ocasiones sobrepasan los límites de la sensatez, esa virtud civil que predica la mesura en pensamiento y acción. El equilibrio y la ponderación justa. In medio, virtus reza el aforismo aristotélico de la mesura, tan lejos de la idea competitiva e inútil de los extremos que conducen a bien poco o nada.

Los bloques festivos más característicos y señalados tienden a encadenarse. Seguramente todos conocemos las razones. Apenas quedan descansos para recuperar el aliento y un poco de pasta para afrontar el nuevo reto, ya a la vuelta de la esquina. Apenas pasadas las Navidades, y si alguien no tiene la feliz idea de prorrogarlas hasta la próxima cita –pronto sonará por la ciudad el ritmo de tambores y cornetas-, a uno se le antoja carrera cercana al despropósito. La Navidad es símbolo o creencia –quizás ambas cosas- que cada año adelanta su llegada, con turrones casi playeros y encendidos de luces con frecuencia estrambóticos y competitivos. La filosofía de lo más, de lo menos también en algunos casos: el árbol más grande del país, el ramo leonés más impresionante del mundo, el árbol con más puntos de luz, las mejores, las más intensas, las mejor dispuestas, el de diseño más original, el más alto, el más bajo, el Nacimiento con más metros cuadrados, con más figuras…, o el más pequeño, hábilmente instalado en media cáscara de avellana. Cada cual conoce estas y otras afirmaciones comparativas entre pueblos, provincias, comunidades, países incluso, tratando de poner una pica, más o menos afilada, en Flandes y territorios conquistados, más o menos o nada conquistados. Este afán por la singularidad, legítimo sin duda, se me antoja en algunos casos como un empujón hacia el deseo de supervivencia, igualmente legítima.

El asunto se generaliza y trasciende a otros ámbitos. La actitud desproporcionada de las comparaciones, polémicas incluidas, y la esplendidez desmedida en gasto para momentos puntuales y transitorios es el único pero que pongo a tales cuestiones. Empieza entonces la escalada hacia la cima de la tontería, cuando no del ridículo. Los pensadores de nuestros destinos dan mucho de nosotros a los vientos serranos que se pierden por montes y espesuras supuestamente místicas, aunque se trata de la nueva deriva de la mística de la torpeza. Del acierto también en algunas ocasiones, que hay que decirlo para ser justos.

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