Quinientas veces mejor
Vivimos quinientas veces mejor que hace doscientos años. No lo digo a ojo: durante el siglo XX la población se multiplicó por cuatro mientras que el consumo lo hizo casi por veinte. Algún lector atento y puntilloso me dirá que el consumo no da la felicidad y que el tiempo que nos ahorran los electrodomésticos al final se malgasta en contemplar chorradas colgadas en internet o redes sociales. Cierto, estamos tentados de decirle, pero también son ciertas muchas otras cosas y no vamos dando la razón por ahí sin ton ni son, como si fuera gratis. Los herederos de los habitantes del siglo pasado que lleguen a pisar los albores de la próxima centuria verán si la deuda que les dejamos es asumible o acaso el consumismo desaforado les lega un planeta en harapos, con tantas costuras descosidas que por mucho que se aprieten el cinturón terminan cayéndoseles las perneras.
Hay previsiones que indican que, según los ritmos de extinción actuales, para el próximo siglo ya no habrá ningún gran animal que no sea de nuestra especie caminando en libertad sobre el globo. Como también hay quienes cuestionan que ahora mismo haya humanos libres —todos seríamos habitantes enjaulados del zoo capitalista—, no se aprecia mucha ansiedad por el futuro, que por definición es algo que en este preciso instante no lo hay. Viviendo el «carpe diem», en el «hic et nunc», imbuidos por algún adagio latino risueño y optimista, se suceden nuestros días. Si esto que nos ha tocado es un valle de lágrimas, vamos a pasárnoslo bien montando un botellón.
En el lapso de una vida corriente de cualquiera de nosotros, así a ojo, calculo que en tiempos de relativa calma nos son dadas a vivir unas cuatro o cinco crisis económicas, una docena de guerras cubiertas por los medios de comunicación y un par de amenazas de fin del mundo que no tienen que ver con enfermedades propias. El cuerpo, quieras que no, se termina haciendo al catastrofismo y responde con oleadas de optimismo cautelar y defensivo, igual que si acabásemos de superar la peste negra. Aun así, hay que intentar mantener la objetividad, porque no siempre conviene fiarse de las respuestas hormonales: quien fue adolescente, ya lo sabe. Glosar las negras sombras que se ciernen sobre ese presente que todavía no lo hay crea fama de agorero, así que mejor brindemos por el aquí y ahora. Chin-chin. Feliz año.