El Pozo de los Moros
Un agujero rectangular, un pozo bien tallado a pico sobre la roca, esconde un misterio en el paraje de Cuevamoros. Y eso está en el municipio de Sancedo, en el mismo surco de hierro que avanza desde lo que fueron el Coto Wagner y el Coto Vivaldi en el área de Congosto para mezclarse con estratos de pizarra y emerger en la ribera del Arroyo del Rigo en Ocero.
Son seis metros de profundidad, una sección de dos metros y medio por un metro y medio, y en la imaginación popular ese agujero rectangular, ese pozo vertical pasó por ser la entrada de una cueva del tesoro. De no ser así no le llamarían a ese paraje Cuevamoros y a lo que parece la boca de una primitiva mina de hierro, el Pozo de los Moros.
Donde hay un ‘moro’ en el topónimo hay un tesoro. Una historia de filandones. Una leyenda que rellena las lagunas de la Historia. Pero en el Pozo de los Moros no buscaban oro sino hierro. Y posiblemente se remonte a la Edad Media, según el estudio previo de la zona que ha elaborado el ingeniero de Minas Roberto Matías, el origen de ese yacimiento enigmático.
En el entorno del Pozo de los Moros, que merece una excavación arqueológica en opinión del alcalde de Sancedo, hay otros vestigios mineros mucho más recientes. Galerías de la explotación de hierro que a mediados del siglo XX abrió Minas Sorpresas, que por entonces ya explotaba un yacimiento de carbón en Arlanza (Bembibre). Pero son túneles abiertos a fuerza de voladuras y de martillos neumáticos. Nada que ver con el pico y con la fuerza bruta que tuvieron que emplear para excavar ese pozo vertical que la imaginación popular bautizó como Pozo de los Moros porque se desconocía, y se desconoce todavía, su origen.
Y ese nombre, ese enigma pendiente de resolver, esa leyenda que quedará ahí cuando se aclare el misterio, es el verdadero diamante del paraje de Cuevamoros. Por eso merece la pena que la Junta de Castilla y León haga un esfuerzo por financiar una pequeña campaña arqueológica y confirmar si es medieval o romano. Sería la guinda a la tarta turística que Sancedo y Arganza están horneando en torno a los cortines que protegían la miel de la gula de los osos cuando a los agujeros desconocidos, tallados en roca, se les llamaba cuevas del tesoro.