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N o son los apellidos los que hermanan, sino el amor. Asistí a la misa por la farmacéutica Nila Martín Granizo. Un funeral católico no es un adiós para siempre, el creyente sabe -sabemos- que habrá un reencuentro. No puedo imaginar la vida eterna sin que mi madre me diga «¡péinate!» o sin preguntarle a mi mujer «¿has visto mis gafas?». Por ello, desde la fe, el dolor por la despedida provisional es compatible con el humor cómplice (como muy bien expresaron los hijos de Nila, en las bellas palabras de agradecimiento). Fue esposa, madre, abuela, hermana, tía, amiga, compañera boticaria y buena jefa. Ha dejado un rastro de amor y de admiración. Sí, creer en el reencuentro futuro marca la diferencia. Ella es ahora invisible, pero sigue estando. Por supuesto, la calidad humana que le caracterizaba, en lo personal y en lo profesional, no es virtud exclusiva del cristianismo, pero la suya estaba construida desde este. Un hijo leyó la carta semblanza escrita por su tía Cristina, al terminar añadió: «Ahora, tú eres nuestra madre». El Estado Mayor no desaparece, solo se desplaza. Las familias felices no son las que carecen de problemas, sino aquellas que los viven con un mismo corazón colectivo. «Habrá de todo, como en botica», se me dirá. Supongo… pero puedo decir que no conozco a un solo Martín-Granizo que haya salido malo. A los miembros de un clan les unen los intereses; a los integrantes de una familia, los valores. Golpeados, pero no hundidos, pues queda la familia y su armonioso deslizar generacional. Nila les inculcó alegría indestructible.

Aunque los hayas amado, siempre hay algo de tus padres que solo comprendes cuando se han ido. Un día, de repente, en tu propio declive, adviertes matices de ellos que te habían pasado desapercibidos. Y te regalan una nueva e inesperada lección de amor.

Quizá, algún día, los padres e hijos se comprarán en las farmacias; con o sin receta, en pastillas o en sobres. A mí me gusta más el método de siempre, aunque venga sin instrucciones. Finalmente, en el amor familiar todo termina encajando, hasta lo imposible. ¿Hay tarea más difícil que sembrar valores? Nila Martín-Granizo partió con sus deberes cumplidos. Qué gran familia deja. Y se reencontrarán.