Somos libros abiertos
Este año conmemoraremos efemérides de grandes escritores, entre otros de Chesterton y de Capote. En mi corazón de lector ambos mantienen excelentes relaciones de vecindad, pese a pertenecer a territorios literarios en apariencia alejados. Realmente, no lo están: los dos escribieron siempre sobre sí mismos, incluso cuando parecían escribir acerca de otros. Capote dejó pocos libros; Chesterton fue prolijo, sobre todo como articulista. Los dos amaron la Navidad y no tuvieron hijos. Capote la amaba con la nostalgia del adulto que solo fue feliz de niño, Chesterton con la alegría del adulto que nunca dejó del todo su niñez. Pero también me reconforta saber que en 2024 conoceré nuevas obras de autores vivos a quienes admiro. En abril, el polaco Krzysztof Sliwa, cuyo amor por España es una antorcha que puede divisarse desde otros continentes, publicará Vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Una biografía crític a (Penguin Random House). El libro es anunciado con una frase elogiosa de Emilio Maganto, a quien el cervantismo investigador debe tanto. Qué ganas de leerlo. No puedo proclamar como Quevedo: «Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos, pero doctos libros juntos». Mi biblioteca no es infinita, como la que soñaba Borges, pero tiene ya algo de camarote de los Marx: hay que empujarlos para que quepan, aunque finalmente el prodigio se produce. Mi Quijote, en la edición de la RAE, un grueso tomo con otro de anexos, es el primero en meter barriga.
Hoy asistiré —como invitado— a la entrega, en Madrid, del premio Julio Camba, que convoca Afundación Abanca. Qué gran articulista fue el gallego, maestro en la ironía sin sangre, ya casi en desuso en nuestro oficio. ¿Contaría ahora su fina prosa con un periódico que la valorase, o como Cervantes tendría que ganarse el sustento recaudando impuestos atrasados? Lo cierto es que no me imagino a don Julio de tertuliano en asuntos del corazón. Y en los de casquería política, tampoco.
Los seres humanos somos libros abiertos. Y si te arrancan —o te arrancas— páginas tu historia pierde sentido. Lástima que no nazcamos con un índice. Por ello, la gran literatura tiene un efecto sanador sobre nosotros. Nos repara. ¿Verdad, maestro Sliwa? Hasta abril.