Aquel cielo
Diez años de aquellos muchachos que iban a cambiar el mundo. La nueva política llegaba con uniforme de segunda mano. Se anunciaba el fin de la casta. Lamentaban perder el tiempo leyendo a los últimos de la sociología argentina en vez de estar cazando fachas por el campus universitario.
Era broma, era sangre de atrezzo (la sangre del contrario siempre es atrezzo hasta que empieza a correr la de verdad). La fuerza bruta se iba a emplear en doblar la pértiga que permitiría ascender a los cielos a toda una ciudadanía postergada por el privilegio de unos cuantos, los eternos enganchados a las puertas giratorias, esos que siempre andaban pisando moqueta, que es el sinónimo de pisar las cabezas de los humildes. Se había acabado todo aquello. Los franquistas camuflados bajo el liberalismo y los mesías de la purulenta socialdemocracia.
Colgaron una ristra de ajos en la puerta del bipartidismo, ese engendro satánico que se había repartido el poder para vampirizar a los hasta entonces desorientados ciudadanos. Nunca más. Se hablaba el lenguaje de la calle, se usaban coletas, rastas y jerséis de lana con bolillas, se daba de mamar a la chiquillería en el hemiciclo. El futuro era suyo, nuestro, de todos, de todo aquel que no fuese casta, carroña.
Y este es el futuro. Aquel que vislumbraron desde la orilla del poder. Cinco diputados con el cuchillo entre los dientes y una caterva de traidoras denominadas Sumar asimiladas al PSOE. Sumar, comparsa de un partido que los expulsó del poder. Por el camino hubo depuraciones. Necesarias. Un termidor tras otro pero siempre con Pablo Iglesias sorteando la guillotina. El diabólico instrumento era de uso exclusivamente personal y lo único que le cortó fue la coleta. Tuvo coqueteos, eso sí, con los más templados, a ratos se dejó crecer la corbata, que diría Félix de Azúa. Incluso alquiló un esmoquin para los Goya, pero eran veleidades, ni siquiera eso, eran concesiones a las momias. Pronto hubo que volver al tajo, al ascenso de un cielo que cada vez se alejaba más y más. Defenestradas del poder ministerial sus pupilas y traicionado por aquella que designó su dedo implacable. Cielo encapotado, este era el paraíso al que se dirigían aquellos vuelos, ahora rasantes. Quién se lo iba a decir a aquellos cachorros hambrientos. La alternancia entre socialistas y populares que tanto les asqueaba se ha convertido en una corte de los milagros, morada de pedigüeños y chantajistas periféricos. Como consuelo: que al otro lado del espejo a Vox también se le llenan las alas de plomo. Al final, el cielo soñado bien pudiera ser el viejo y añorado purgatorio del bipartidismo.