De curas
Quizá el empleo más atractivo del mundo sea el de capellán de crucero. Lo tiene en nómina la empresa italiana Costa por acarrear mayormente clientela católica europea. Media hora de misa diaria en una pequeña capilla y misa solemne dominical en salón principal son toda su jornada laboral junto al ameno rato de confesar devotas con pecadillos sin duda interesantes dada la tentación que se sirve en bandeja en esta experiencia viajera. Y el resto del día a lo suyo está, a mirar por la borda, a mesa de papo o a buscar almas perdidas entre el pasaje, sin desdeñar quizá la gratitud de alguna atribulada madurita que necesite consuelo... y ánimos. Inmejorable y descansado plan. Me apuntaría. Sin embargo, también es atractiva la figura del cura de pueblo, hoy ya no el residente de antaño integrado en su realidad social (ahora va y viene como hacen médicos, secretarios o maestros). El de antes tienta lo suyo y tiene mucha literatura pendiente, es filón inagotable como figura indispensable en la perreada partida de tresillo con el alcalde y el secretario, en su consejo divino-humano a los vecinos, en sus ocios de caña o escopeta, en su privilegio de ser el único hombre que podía entrar sin despertar sospechas -¿?- en la casa cuyo marido pasaba meses lejos buscándose la vida como hacían maragatos, fornelos o riañeses, en su papel de informador para los certificados de buena conducta, en la figura del cura catapotes que visitaba a la gente a la hora de comer probando el guiso y acatando la invitación a comer que forzadamente se le hacía; o aquel párroco que informaba al obispo en su visita: «pues en mi rutina diaria, don Elías: mi rosario, mis copitas... ¡Rosario, tráenos unas copitas!», con lo que después siempre aparecía algún hijo secreto que comentaba desconcertado en la escuela que todos los niños del pueblo llamaran padre al cura, menos él, que tenía que llamarle tío. Entrañable figura la del cura del pueblo, aunque también sobran casos de curas meticones o déspotas como ese de La Magdalena al que repudia su feligresía sublevada.