Sales de optimismo
Existen infinidad de refranes, anécdotas o leyendas sobre las diferencias entre la realidad y lo contado. Entre la verdad pública y la publicada. Como bien reza la norma del parchís, se come una y se cuentan veinte.
Resulta curioso escuchar a los comentaristas escorados a estribor cómo añoran el felipismo. Una época en la que Alfonso Guerra, ahora amnistiado por esos mismos, impuso en la sociedad española un férreo control en todos los órdenes, incluido el mediático. Las más variadas entidades, asociaciones, colectivos o casi comunidades de propietarios eran, poco más o menos, una sucursal de la sede local de un PSOE que se extendió por la sociedad con unas metástasis que en muchos casos no se acabaron nunca. Algo que facilita hoy a La Moncloa una variada red de franquicias que promueven comunicados o manifestaciones en cuanto hace falta. Aquello se enredó con el terrorismo de Estado, y con un Estado engangrenado con unos niveles de corrupción, que incluso sorprendieron en un país que acababa de salir de una dictadura, terreno abonado como ninguno para las andanzas de los sátrapas.
A mi abuela Nieves, que padeció el Madrid de la Segunda República y la Guerra Civil, la endemoniaba el blanqueamiento de lo que fue un auténtico régimen del terror. Como no debe obviarse que lo fueron los años siguientes, algo que sabemos todos, aunque cada uno cuenta cómo fue el mercado según le place.
Ayer fue San Francisco de Sales, patrón de la prensa. De nuevo, proclamas sobre que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y lo cierto es que fue distinto. Hoy vivimos una globalización que aporta como beneficio la complicación extrema a los que quieren poner puertas al campo. La añoranza es un veneno que lleva el ser humano en su ADN. Nunca pelearon tanto las instituciones por controlar la información, y nunca hincaron tanto la rodilla. Al final todo aflora, y el cuarto poder mantiene su capacidad de control y boicot a los abusos de los políticos.
La información de calidad se impone. Gana peso y prestigio entre tanto ruido. Evidentemente para el que quiere saber qué ocurre. Quizá nunca fue todo tan plural, tan democrático, danto voz a todos, hasta a los que sólo aportan veneno. En el fondo, el juego no ha cambiado. Cada uno encuentra noticias veraces si las quiere buscar. Lo de siempre. Y a cada cual le escuece lo que no se sale de sus orejeras. Si escuece a alguien es que no se hacen tan mal las cosas...