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La semana

Manuel Campo Vidal

La política, en el extrarradio de la ciudadanía

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Si el año pasado la Fundeu y la Real Academia de la Lengua proclamaron que la palabra del año 2023 había sido «polarización», al terminar enero se diría que la que va ganando para el 2024 es «extrarradio». Empezó el presidente manchego Page declarando que «el PSOE está en el extrarradio de la Constitución». Le replicó el ministro Oscar Puente, con su contundencia habitual: «Es Page el que está en el extrarradio del PSOE». Y el líder popular, Núñez Feijóo, salió en defensa de Page para coincidir en que «el PSOE está en el extrarradio de la Constitución».

Dos consideraciones a esa polémica. La primera: «extrarradio», según la RAE no es estar fuera, sino lejos del centro; por tanto, aún en el término municipal. Visto así, el dramatismo de todas esas declaraciones, supuestamente incendiarias, se aminora. El PSOE no estaría fuera de la Constitución, ni Page fuera del PSOE, aunque en ambos casos el desbordamiento amenazara con producirse.

Y la segunda: es la política, con muy pocas excepciones, y no solo la de socialistas y populares, la que se encuentra en el extrarradio de la ciudadanía. Deberían medirlo las encuestas: pregunten sin rodeos, señor Tezanos y otros demoscópicos, a los ciudadanos sobre su desencanto, sobre su hartazgo de los enfrentamientos en todos los Parlamentos y la incapacidad de los políticos de llegar a acuerdos para construir un país mejor. Que Europa haya convocado al ministro socialista Félix Bolaños y al popular González Pons a Bruselas, para mediar ante su incapacidad de renovar el Consejo del Poder Judicial, no es un prestigio para España.

Pero el resto de la vida política estremece: la extorsión de Junts, el partido de Puigdemont, al gobierno socialista, es insaciable. Y el odio del presidente fugado a Bélgica contra Pedro Sánchez, sigue en máximos. Una persona que dialogó recientemente con él, traslada textualmente la agresividad de la relación: «no os equivoqueis, no estamos más cerca; esto no es amor, es sexo». Puigdemont es así de expresivo.

Abran una lista de políticos que van por un lado, mientras la ciudadanía los reclama en otro. Pere Aragonés, presidente de la Generalitat, sigue empeñado en que lo que vale es el referéndum de autodeterminación. Apenas habla de la sequía que asola Cataluña, o de la catastrófica prueba del informe Pisa sobre el bajísimo nivel de los estudiantes catalanes. Otro ejemplo: las informaciones diarias se refieren un viernes a supuestas líneas rojas, imposibles de traspasar, que el PSOE el lunes siguiente traspasa, porque le han amenazado con tumbar el gobierno.

Ante ese panorama no les extrañe escuchar lamentos en el sentido de que la oferta política es bastante reducida, previsible e insatisfactoria. Si a Albert Rivera no le hubiera dado aquel infarto de ego que lo llevó a rechazar la evidente oportunidad de ocupar la vicepresidencia del Gobierno, hundiendo a su partido, estaríamos en otro escenario. Consiguió en abril de 2019 la llave de la gobernabilidad con 57 diputados pero se fue de vacaciones porque quería más: y, al repetir elecciones en noviembre, se desplomó a 10 escaños; hoy, Ciudadanos, tiene cero parlamentarios. Camino de esa irrelevancia va Podemos, con una baja significativa por semana. La última ha sido la diputada Lilith Vestrynge, número tres de la formación. Las elecciones gallegas seguirán agravando su crisis y solo les queda la esperanza de que Irene Montero obtenga un escaño europeo el 9 de junio. Será el último taxi para huir y evitar el entierro de lo que se llamó la «nueva política».