Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS   ARTURO PEREIRA

El último que cierre el bar

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ARTURO PEREIRA

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N o soy mucho de bares. Pero, reconozco que son muy importantes en las relaciones sociales y en lo que hemos dado en denominar la vida de nuestras ciudades y pueblos. Son tan importantes que al referirnos a ellos lo hacemos con cierta devoción por el pasado donde jugaban un papel clave en la vida social.

Y digo que jugaban porque, lamentablemente están desapareciendo como si una pandemia de hostelería los estuviera extenuando hasta asfixiarlos. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, desde el año 2021 hasta la fecha han desaparecido el 17% de ellos, aunque seguimos manteniendo, parece ser, el récord mundial en números absolutos.

Las causas son fundamentalmente económicas, el prosaico vil metal se impone como criterio que determina la supervivencia de los bares. Los costes de personal, unidos al de los locales hacen muy difícil su rentabilidad. También es cierto que en ocasiones son los herederos de los dueños los que no quieren seguir con el negocio familiar, hay que reconocer la dedicación que requiere este tipo de negocio.

Hablando con rigor, se debe afirmar que no solo los bares se ven afectados por esta crisis de cierres en cadena, los restaurantes están sufriendo en la misma medida un proceso acelerado de cierre. Proceso que no solo se da en los países con una crisis económica importante o simplemente con ciertas dificultades de esta índole.

En Inglaterra también han saltado las alarmas en el sector de la hostelería, en este caso focalizado en los restaurantes. En un país en el que la tradición es muy importante, tener que echar el cierre a algo que ha representado a una familia durante años o décadas resulta especialmente doloroso.

Mención especial en este asunto merecen los bares de los pueblos. Dos inquietudes fundamentales tienen los habitantes de la España vacía en el ámbito rural. Una, recuperar la escuela, y otra, recuperar el bar. Sin niños no hay futuro y sin bar no hay presente.

Yo me crie en un pueblo, minero para más señas, Torre del Bierzo, buenos bebedores, buena gente. El bar era punto de encuentro intergeneracional, no había mucho más para pasar el rato. Toda la vida social giraba entorno a los bares, sus terrazas y grupos que se formaban espontáneamente al salir de la mina a media tarde tras agotadoras jornadas de trabajo.

Eran lugares privilegiados para analizar conductas y actitudes. La generosidad presidía esas actitudes, nadie pagaba solo lo suyo, siempre había alguien a quien invitar, incluso a los forasteros. A los que éramos todavía niños, o ya de adolescentes nunca nos dejaban sin tomar algo. Era algo natural que los mayores que ya trabajaban invitaran a los más jóvenes que seguían con sus estudios o estaban en la mili.

Nunca vi un cotroso que llegara a la barra y dijera que le cobraran solo lo suyo, hubiera sido una anormalidad. Allí se aprendían cosas de la vida, de la mina, de los amoríos, de fútbol, de todo porque siempre alguien contaba historias y los demás muy pegados unos a otros escuchábamos.

Creo que la proximidad y los ejemplos que vi han influido de forma determinante en mi comportamiento. A los más jóvenes se nos cuidaba y los bares eran espacios en los que se ejercía la amistad sincera y camaradería que hoy nos empieza a faltar. Creo que debemos conservar los bares y restaurantes como lugares de encuentro, para compartir y mantener nuestro equilibrio emocional.

En los bares del pueblo se ejercía la amistad sincera y la camaradería
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